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330 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ último término, a la identidad entre el ser y Dios, los demás enun­ ciados verdaderos lo son sólo relativamente, es decir, respecto del ámbito de la realidad a que se refieren, pero son falsos o no-verda- deros, en cuanto que incluyen el no-ser de los demás contenidos que no pertenecen al ámbito en cuestión. Los enunciados son y no son verdaderos, como los contenidos correspondientes son y no son también. Esto se va a poner de mani­ fiesto más claramente en los apartados siguientes. (Conviene, sin embargo, tener en cuenta, aunque no hayamos hecho referencia a ello, la distinción entre la verdad del enunciado y la verdad del con­ tenido del enunciado. En terminología tradicional: la verdad como adecuación de la idea a la realidad y la verdad como adecuación de la realidad con la idea de ella misma, como identidad, en definitiva, consigo misma. Cuando decimos que las cosas son y no son verda­ deras nos referimos a este segundo tipo de verdad). De lo que acabamos de ver resulta no sólo que en Dios se da con propiedad la identidad de términos que se requiere para poder hablar de verdad, sino que tal propiedad es exclusiva, no compar­ tida con ningún otro ser. Sólo en Dios se da la identidad en sentido estricto. Esto equivale a decir que los demás seres carecen de identidad estricta y que no la lograrán nunca plenamente, por más que la bus­ quen. Se concluye, por tanto, que la afirmación consistente en el ser y en la identidad de los términos le conviene con propiedad («proprie») a Dios. A continuación encontramos una indicación de algo que Eck- hart no tematiza: la identidad se refiere a «esse et esse: sum qui sum>». Pero evidentemente no es lo mismo decir: «el ser es el ser», y decir: «yo soy el que soy». Lo que quiere decir Eckhart, aunque no lo exprese abiertamente, es que la identidad tiene lugar entre un sin­ gular, un ego personal, y un concepto absolutamente universal. Sólo así se puede entender que la expresión «yo soy el que soy» sea idén­ tica a «el ser es el ser». Aunque el hilo de la argumentación se va tejiendo en torno al concepto de ser, la presencia de la singularidad no es por ello menos persistente. Éste es, en último término, el trasfondo desde el que tendrá sentido ese otro gran tema de la obra del Maestro: la «unió mystica» entre Dios y el alma.

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