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320 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ Podríamos decir que es una negación de segundo grado, que incide sobre una de primer grado. Conviene, por tanto, que comen­ cemos por precisar el significado de esta negación de primer grado. Ante todo, tal negación no puede ser previa a la negación de segundo grado, en que consiste la unidad. Esto es obvio, supuesto el carácter de los trascendentales, en el sentido de que represen­ tan el presupuesto absoluto e incondicional de cuanto es. Si la nega­ ción de primer grado fuera previa a la de segundo grado, la unidad dejaría de tener un carácter primario y no sería unidad en sentido estricto. Esto supuesto, esa negación de primer grado, que se trata a su vez de negar, o mejor que es negada de antemano, no es una nega­ ción determinada, en el sentido de referirse a esto o aquello, trátese de una sustancia o de un accidente. No se trata, p. ej., de una negación del tipo: «el árbol no es una piedra«, «la piedra no es hombre», «Antonio no es cortés». Estas negaciones se dan de hecho, pero son secundarias respecto de la negación que aquí está en juego. No puede tratarse de ese tipo de negaciones, porque la negación de una negación determinada no puede dar por resultado sino una afirmación determinada tam­ bién. Si niego, p. ej., que Antonio no es cortés, estoy diciendo que es cortés y nada más. Llego, por consiguiente, a un resultado determinado, es decir, llego a un contenido delimitado frente a los demás contenidos. Si fuera este tipo de negaciones el que se niega mediante el concepto de unidad, tendríamos que ésta no pasa de ser una espe­ cie de suma de afirmaciones determinadas, lo que estaría en contra­ dicción con el carácter primario y fundamental de la unidad. En consecuencia, si la negación de segundo grado en que con­ siste la unidad es expresión del carácter absolutamente afirmativo y primario de ésta, incidirá sobre una negación absoluta, es decir, no sobre la negación de este o aquel ser, sino sobre la «negación de todo el ser» («negatio onmis esse»), sobre la nada misma. La unidad representa entonces la negación de la negación abso­ luta, y sólo de esta forma es una afirmación absoluta. Ello no ha de entenderse, por supuesto, en el sentido de que la nada es de alguna forma, de que constituye una especie de principio negativo en com-

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