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304 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ minado, un concepto que represento algo así como el mínimo que todo cuanto es ha de poseer para ser simplemente o, en otros tér­ minos, que implique el máximo de extensión y el mínimo de com­ prensión. El «esse» de que habla Eckhart incluye paradójicamente el máxi­ mo de extensión y el máximo de comprensión; se refiere a todos y cada uno de los entes e incluye absolutamente todas las notas y pro­ piedades, tanto las accidentales como las esenciales, de esos mis­ mos entes. Lo que subyace a esta idea es, una vez más, el argumento onto­ logico en el sentido ya explicado. En su aplicación al caso concreto de la relación entre extensión y comprensión, esto significa: si el concepto de ser implica de inmediato su propia existencia —por­ que de lo contrario no podríamos decir con sentido que todas las demás cosas son en verdad— ello supone que el contenido íntegro de cada cosa no es sino una manifestación del ser mismo. Otros autores habían insistido ya en que «al ser no se le puede añadir nada». El Maestro Eckhart mantiene esto mismo, pero sin limi­ tarlo al ámbito de la extensión. No se puede hablar de perfección alguna sino en cuanto que es. Luego el ser es tanto el principio de toda perfección como la plenitud de la misma, mientras que, por el contrario, cada perfección no es más que un «modo del ser mismo». La demostración supone ciertamente que el ser es Dios, y se centra en la explicitación de lo que el ser es. «Así pues, no necesitar de nada es la máxima perfección, es el ser absolutamente pleno y puro. Y si el ser pleno es, es en consecuencia también el vivir y el saber; y esto es válido respec­ to de toda perfección. Pues así como el mismo Dios es para sí y para todas las cosas, así también se basta a sí mismo y les basta a todas las cosas, es la suficiencia de sí mismo y la suficiencia de todas las cosas. “Nuestra suficiencia viene de Dios” (2Cor 3,5). Así pues, Dios no necesita del ser, puesto que es el ser mismo. No necesita de la sabiduría, del poder o de algún atributo distinto o ajeno, sino al contrario: toda perfección necesita de Él, que es el ser mismo, ya porque cada uno de estos atributos en sí y por sí, todo lo que es, es un modo del ser mismo, radica en Él y es inherente a Él, ya porque sin Él no sería nada, y no habría sabi-

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