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302 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ tendría sus últimas raíces en la concepción de Parménides y su, tal vez, última proyección en el idealismo alemán. Llamo únicamente la atención sobre la importancia que en el trasfondo adquiere el concepto de nada. De no reconocer la exis tencia de Dios, no simplemente quedarían sin explicación los seres móviles en cuanto móviles, los seres causados en cuanto causados, los seres contingentes en cuanto contingentes, los seres más o menos perfectos —y por tanto imperfectos en todo caso— desde un punto de vista absoluto, o los seres producidos en razón de un fin. Quedaría simplemente sin explicación el ser mismo de las cosas en cuanto que son. No es sólo que, p. ej., quede sin explicar el hecho de que algo sea contingente, sino el hecho de que sea en absoluto. Este planteamiento presenta una analogía sorprendente con el de Hegel, quien niega la legitimidad de tomar como punto de partida el ser de las cosas, cualificado de tal y tal forma, ya que en tal caso se las sitúa, en cierto modo, en un plano de igualdad res pecto de Dios, en el sentido de que tanto Dios como las cosas son, estableciendo sólo una diferencia de más y menos. En realidad, el punto de partida es el no-ser de las cosas o, para ser más precisos, su ser-no-siendo. Dicho con otras palabras, el ser de las cosas es visto simultáneamente en la perspectiva tanto del ser absoluto como de la nada. Ambas se corresponden, por lo que se refiere a las cosas. Pero, además, lo que se pone en juego frente a las cosas es, ante todo, el poder de la inteligencia. Ésta es lo que hace que se cuestione el ser de las cosas y, en último término, hasta el «ser» de Dios. Al final del trabajo tendremos ocasión de comprobar la correspondencia que se establece entre el concepto de nada y la inteligencia. El texto íntegro de Eckhart, en relación con la existencia de Dios, es el siguiente: «La cuestión primera es: si Dios es. Es preciso decir que es. De la proposición ya explicada en primer lugar resulta esto del modo siguiente: si Dios no es, nada es. El consecuente es falso. Luego es falso también el antecedente, es decir, que Dios no es. La consecuencia se prueba del modo siguiente: si el ser no es, no es ningún ente o, lo que es lo mismo, nada es, al igual que si la
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