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268 JOAQUÍN ESTEBAN ORTEGA la ausencia. Este desvío es el que nos lleva al exceso de la no iden­ tidad, de la no esencia. Pronto la narración oral, impositiva, del mito de la escritura hará que el lógos recobre su orden, incluso en el desvío. La escritu­ ra, según se cuenta, fue rechazada por el rey Thamus, tras el ofreci­ miento del dios Theut, debido a que no era propiamente memoria (mnéme), sino recordatorio (hipomnesis). Sólo la memoria, aquella oralidad interior que se graba en el alma, permite acceder a lo ver­ dadero, mientras que todo aquello que procede del exterior queda sometido a la invariable mutabilidad del devenir. Esto nos hace ver que el valor de la escritura no se encuentra en sí misma, sino en su ratificación. El rey no sabe escribir, pero no lo necesita porque él dicta. Se desconfía de lo amenazante y por eso se rechaza. Derrida interpreta este hecho como la ratificación del patriarca­ do metafísico y logocéntrico. Siempre se necesita un padre que san­ cione la presencia del sentido, y con la escritura, la figura del hijo está proponiendo su ausencia, con todo lo que ello implica. El orden de la escritura es un orden cuya aspiración es la de la orfandad, pero no, desde el punto de vista de Derrida, para que se produzca favorablemente una resolución edípica en la que se suplante el poder paterno de decibilidad, sino simplemente para ser huérfano. El rey, por tanto, al rechazar displicentemente la escritura está recha­ zando la ambigüedad del fármacon ; rechaza el «indecidible» porque cuestiona su presencia y su entidad metafísica al habitar la frontera de lo insustancial. Reivindicar ese espacio de indefinición, de diffé- rance n, ha sido imposible desde la necesaria imposición de signifi­ cado en la tradición logofonocéntrica. Esta escritura condenada y desterrada regresa ahora de la mano irreverente de la deconstrucción para reclamar, sin subvertir nada y desde los márgenes mismos del lógos , su asignificatividad. La lógica fonológica y logocéntrica se problematiza si la escritura no es sola­ mente entendida como escritura fonética. En primer lugar, todo proceso de significación pierde su emblemática posición para con- 11 Différance no existe en francés. Derrida alterna la «a» de différence porque la diferencia no se da en el orden fonológico, sino en el gramatológico. Esta diffé­ rance no solamente distingue lo otro, sino que también transporta y difiere.

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