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ESCRITURA Y SENTIDO EN E. LLEDÓ Y J. DERRIDA 263 amplio de los textos, la memoria individual, el tiempo de cada exis­ tencia concreta, se consolida en un ámbito colectivo en el que, al perder la unilateralidad de la comunicación “face to face” adquiere, sin embargo, un rostro nuevo, múltiplemente reflejado, reconocido, en cada posible futuro lector* (SE, 65). Este nuevo rostro de la memoria es un rostro de independencia compartida. Lledó se encuentra especialmente interesado en destacar el papel determinante de la subjetividad y de la consciencia, entendi­ das desde el espacio de la intimidad de la memoria, a la hora de hacer hablar a la silenciosa escritura. Sin embargo, también reconoce la autonomía de la palabra escrita que nos es transmitida. «La escritura crea ya un espacio independiente de aquel en donde el sonido resue­ na, y fija el tiempo en un nuevo recipiente de la memoria» (SE, 94). El espacio ideal de la escritura, más allá de la realidad inmediata, resulta ser la posibilidad de la escritura misma. Este espacio de inde­ pendencia es el intermediario entre nuestro tiempo de recepción y la necesaria remisión al tiempo de nuestra memoria en la que acon­ tece el fenómeno de la lectura y en donde se hace verdaderamente presente. «Precisamente porque llega al presente desde una memoria totalmente ajena a la memoria constituyente del lector, la escritura preserva un espacio para su propio sentido y organiza el campo de sus referencias dentro de ese espacio al que, en cada caso, tiene tam­ bién que ceñirse la concreta memoria del lector» (SE, 101)2. Desde todos estos presupuestos y dentro de la dialéctica esta­ blecida entre oralidad y escritura que se ha abierto para explicar el origen y desarrollo de la forma de pensamiento occidental, la filo­ sofía hermenéutica de la memoria debe inscribirse en lo que se ha venido denominando la «hipótesis de la cultura escrita»3; es decir, aquella perspectiva que entiende la escritura como un momento especialmente significativo del progreso humano debido al nivel de abstracción que se adquiere en la expresividad del pensamiento. 2 Sobre este asunto de la escritura, la memoria y la recepción lectora insistire­ mos más adelante. 3 Sobre los primeros trabajos en los que, de un modo u otro, apareció esta perspectiva sobre la escritura puede verse David R. O lson , La cultura escrita como actividad metalingüística, en David R. O lson y Nancy T orrance (comps.), Cultura escrita y oralidad, trad. G. Vítale, Barcelona, Gedisa, p. 333.

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