PS_NyG_1996v043n001p0261_0281

ESCRITURA Y SENTIDO EN E. LLEDÓ Y J. DERRIDA 277 dad semántica, sobre el que incide Lledó en sus reflexiones herme­ néuticas, representa claramente la necesidad de superar una época de desmemoria y de desprestigio para la subjetividad. Dicha supera­ ción hace que detenerse sobre la figura del receptor situado se con­ vierta en una necesidad, en la medida en que el hombre de nuestros días necesita volver a proyectarse creativamente a partir de esa memoria que le sustenta. Lledó se hace eco de un concepto de honda raíz fenomenoló- gica, como es el de situación, para consolidar la importancia del horizonte receptor de la escritura. El lector situado es esa figura her­ menéutica que ofrece su mundo y su estilo, y que ofrece, también, su propia memoria para abrir a la memoria común nuevos horizon­ tes de sentido con respecto a esa tradición que permanece configu­ rada en la escritura. La situación implica la limitación de no poder ver más allá, pero al mismo tiempo es lo único que posibilita la pro­ yección dinámica hacia nuevos horizontes de significación. Estar situado es el modo propio de ser del hombre y el modo de confi­ gurarse la personalidad. «El -lector, en palabras de Lledó, es un lec­ tor “situado” también y su situación está determinada por sus “actos de pensamiento”. El diálogo consigo mismo que constituye la refle­ xión está, en todo momento, situado en el complejo contexto inte­ rior que se llama, con mayor o menor precisión, “personalidad”. Cada “acto de pensamiento” está sustentado en ese fondo del ser del lector que es, en todo momento, un lector histórico, o sea un lector “autobiográfico”« (SE, 90). El lector-receptor no puede acer­ carse nunca al silencio de la memoria escrita sin la pretensión de intervenir, ya que la propia configuración de su intimidad está, como ya se vio, sustentada por la memoria y por la historicidad. El hombre desmemoriado habita en su experiencia desde una determinada interioridad impermeable. Por este motivo, la reivindi­ cación de una dimensión amplia de la experiencia hermenéutica consigue situarnos también en un horizonte moral desde el que se reclama el poder integrador y pedagógico del espacio íntimo de la subjetividad. La experiencia, de esta manera, atraviesa las capas per­ meables del conocimiento madurando en la memoria. Este reclamo imprescindible de la paideía para el espacio moral de la intersubje- tividad hermenéutica será lo que consiga el hecho de que el lector- receptor, el «a quién» del que nos habla Lledó (cf. FL, 106), sea capaz

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz