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274 JOAQUÍN ESTEBAN ORTEGA Los argumentos de Theuth al presentar al rey Thamus el inven­ to de las letras ofrecen, de forma latente, un ir más allá de querer hacer de los hombres más sabios y memoriosos. La escritura, frente a los contraargumentos del rey, presenta una nueva disposición ontológica con respecto a la relación de la verdad con el tiempo. Como señala Lledó: «Toda palabra pronunciada lo es sólo y origina­ riamente en un presente, y una vez articulado el fonema se convier­ te en pasado, se esfuma en el tiempo. Pero la palabra escrita per­ manece y en esa permanencia apunta hacia un inagotable futuro de lectores. Por ello la escritura es, de por sí, el alivio de la memoria al £er su estructuración y su sustento. El “acto de escritura” es, por consiguiente, una forma de temporalidad vista desde cada presente, la escritura es memoria; pero en el presente de su creación la escri­ tura es también tiempo hacia el futuro. Tiempo como un puente sobre el que se pudiese circular entre dos orillas, la una próxima, inmediata, visible; la otra lejana, sometida a innumerables mediacio­ nes, invisible« (ST, 48). De este modo, el fármaco de la memoria que ofrece Theuth resulta ser una puerta abierta hacia la liberación de la inmediata temporalidad. El sometimiento al tiempo presente del aparecer con­ dena el potencial de la finitud. Sin la apertura del tiempo mediato hacia una experiencia humana de la posibilidad se restringe el ámbi­ to de la realidad. Esto es así debido a que en la íntima esencia de lo presente se encuentra la ausencia. Como dice Lledó, «todo lo real humano, en su simple estar presente, manifiesta ya su perecer» (ST, 49). Pero este «simple estar presente» se renueva de forma esen­ cial cuando mediante la memoria del lógos escrito se sumerge en la conciencia de cada lector. Cada presente ahora es, en sí mismo, pasado, presente y futuro, y nuestra experiencia del mundo recuali- fica la finitud esencial desde los renovados latidos de la temporali­ dad. «Las letras, instrumento de la memoria, arrancan la propia expe­ riencia de toda limitación al tiempo inmediato, y le sitúan, así, en un espacio nuevo, al otro lado de la subjetividad» (ST, 50). De este modo, la experiencia se abre al interminable diálogo con lo otro; se produce la expansión hermenéutica de la finitud en la alteridad de la escritura: «Con la escritura, la memoria alcanza un grado superior de intersubjetividad que aquel que se manifiesta en el inmediato diálogo del hombre con otro hombre, o del hombre consigo mismo» (ST, 52).

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