PS_NyG_1996v043n001p0261_0281

270 JOAQUÍN ESTEBAN ORTEGA En el tránsito, en el paso, en la aspiración ontológica, se da también el aparecer de la presencia, sin ser entendida como signo de sí misma o como marca de la marca, sino como significado. La continuidad del tiempo de la tradición es una continuidad de presencias semánti­ cas que violentan la archi-escritura. Por ello, para Derrida hay una diferencia más impensada aún que la heideggeriana entre el ser y el ente; es una diferencia que difiere sin cesar el tiempo de lo presen­ te, de la ousia, a la vez que se hace permanentemente otro: es la différance. Las implicaciones de esta perspectiva sobre el tiempo deconstruido y diseminado hacen que la escritura no incluya tampo­ co el dualismo indecidible signo-significado, y que no se dé en sí misma una continuidad histórica, sino la différance. «Una diferencia semejante nos haría ya pensar en una escritura sin presencia y sin ausencia, sin historia, sin causa, sin arkhé, sin télos, una escritura que descompone absolutamente toda dialéctica, toda teología, toda ontología»15. Ahora bien, si el tiempo se entiende como recolección, como memoria, si la subjetividad se gana ontológicamente para sí misma desde su historicidad como aglutinante de ser que se proyecta inter­ minablemente, tenemos aún ese oportuno referente semántico del que tan insistentemente desea deshacerse la actitud deconstructiva y genealógica. Muy contrariamente a una perspectiva tal, la provocación que Platón ha ejercido sobre Lledó y sobre la filosofía hermenéutica de la memoria ha hecho que se reaccione contra el arrinconamiento de la dóxa histórica, de tal modo que se pueda llegar a afirmar que el verdadero proceso psicológico de interiorización de la escritura pasa por recibir el poder efectual de ese silencio que late en el tiem­ po de las letras, actualizándolo. En la radicalización de la postura gramatológica parece clara la improcedencia de una filosofía herme- honda de la différance, pero sin lograr aún soltarse de las intenciones que animan a la metafísica. Cf. J. H aberm as , El discurso filosófico de la modernidad, trad. M. Jimé­ nez, Madrid, Taurus, 1989, p. 219. 15 J. D errid a , Ousía y p. 10. Preferimos el vocablo «diferenzia», usado ya en otras versiones, al de «diferancia» de la presente traducción por entender que conserva mejor la pretensión del original francés de no distinguir fonéticamente, pero sí gráficamente.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz