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254 MODESTO BERCIANO En todo este contexto parece natural que el hombre como tal, que todo hombre tenga una experiencia radical de Dios. Una experiencia general y vaga, no clara y explícita. Una experiencia que es más que teórica, que es práctica y vital; que no se queda en el conocer, sino que implica la realización de la existencia entera, la realización de la semejanza divina, como la entendieron los Padres de los primeros siglos. Si la realización del hombre como semejante a Dios constituye su salvación y la realización de la finalidad que Dios le ha asignado, y si esta realización ha de darse mediante actos y decisiones humanas, parece obvio que se ha de dar al menos esa experiencia vaga de Dios. Las dificultades y la consiguiente dispersión comienzan al inten­ tar hacer explícita, al tematizar o conceptualizar dicha experiencia. En otras palabras: al intentar darle una expresión histórica en senti­ do más concreto y más completo. Precisamente porque dicha expe­ riencia no es explícita se puede interpretar teóricamente de múlti­ ples formas y de manera equivocada. Y precisamente por su carácter global y vital, se puede el hombre cerrar a ella e interpretarla mal no sólo en el conocer, sino sobre todo en la praxis vital, con el resultado que ya expresaba san Agustín en la frase tantas veces repe­ tida: «Inquietum est cor nostrum doñee requiescat in te». Las formas de «inquietud», positivas o negativas, pueden ser luego variadísimas, desde una búsqueda siempre esperanzada hasta la desesperación. Cuando uno se abre a esta experiencia originaria, cuando no se le oponen resistencias, llega a otras formas explícitas de expe­ riencia teórica y práctica de Dios. Con esto pasamos a un nivel pos­ terior de la experiencia de Dios. Una de las formas de concretizarse esta experiencia originaria sería el razonamiento que se hace en las vías o pruebas de la exis­ tencia de Dios. Creemos que cuando éstas se dan sobre la base de la experiencia anterior pueden resultar convincentes y constituir un verdadero paso no sólo hacia un primer principio, sino también hacia un Tú infinito, se le llame Dios o se le llame de otra manera, y se lo represente como se lo represente. Si, en cambio, el hombre se ha cerrado previamente a la experiencia originaria, las reflexio­ nes que otro le haga, o que haga él mismo, caerán en el vacío 17. 17 Ibid., p. 163.

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