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260 MODESTO BERCIANO Pero precisamente por estos contrastes y por las enormes diferen­ cias existentes, los signos de los tiempos parecen ser hoy aún más difíciles de descifrar. Esto sucedería con varios hechos, personas y grupos actuales, más o menos relevantes dentro de la Iglesia, que son objeto de diferentes interpretaciones. Tan diferentes que mien­ tras unos los tratan de testigos ejemplares y consecuentes del men­ saje cristiano, otros los califican de herejes y de cismáticos; mientras unos los consideran mártires, otros los ven como revolucionarios y guerrilleros. ¿No existe un criterio para discernir los signos de los tiempos? San Juan nos da un criterio aparentemente fácil para distinguir la presencia del Espíritu de lo que no es tal: «En esto se conoce el Espí­ ritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesús es Cristo venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, es del anticristo« (I Jn 4, 2-3). A la primera parte no ten­ dríamos nada que oponer. La segunda, desde el punto de vista cris­ tiano, necesita ser interpretada más allá de la pura literalidad. El Concilio Vaticano II acepta que los que desconocen sin culpa el evangelio de Cristo y buscan con sinceridad a Dios están bajo el influjo de la gracia 22. Y ya hemos visto lo que dice Pablo acerca del endurecimiento de los judíos, como medio para la apertura hacia los gentiles. Por lo demás, confesar que Jesús es Cristo venido en carne, desde el punto de vista doctrinal o dogmático, parece un cri­ terio bastante teórico e insuficiente. La experiencia de Dios en la historia sigue ligada a los signos y éstos siguen exigiendo una interpretación, que en la historia, por lo general, no es clara y distinta. Para interpretarlos se requiere ante todo espíritu y vida conforme al evangelio. Y se requiere también prudencia y coraje. Así parece insinuarlo san Pablo, cuando dice: «No apaguéis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno» (I Tes 5, 19-21). Modesto B erciano Universidad de Oviedo 22 Lumen Gentium, n. 16.

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