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EXPERIENCIA DE DIOS EN LA HISTORIA 259 La experiencia originaria de Dios en la historia parece un hecho. Cuando esta experiencia toma formas históricas explícitas e institu cionales, a veces se presenta como desconcertante. Y esto no, o no sólo por una dialéctica puramente humana de tesis y antítesis, sino por el mismo plan divino de salvación. Los signos de los tiempos se prolongan en la Iglesia. También hoy existen signos de los tiempos que hay que discernir bien, en los cuales se puede tener experiencia de Dios. Así lo entiende el Concilio Vaticano II, cuando afirma en la constitución Lumen gen- tium que el Espíritu «dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia, a la que guía hacia toda verdad... Hace rejuvenecer a la Igle sia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo»20. Las afirmaciones precedentes están fundadas en san Pablo y en san Juan. El mismo Pablo nos habla de la diversidad de dones del Espíritu. Todos son para el bien común y todos «los produce el mismo y único Espíritu, que los distribuye a cada uno en particular según le place» (I Cor 12, 4-11). El Espíritu sopla cuando quiere, donde quiere y como quiere. Y a veces lo hace de forma bastante inesperada y sorprendente, al margen de la institución, como cons tató ya desde el principio el mismo Pedro, jefe de la Iglesia, en casa de Cornelio, según narran los Hechos de los apóstoles (Hech 10). Esto significa que el discernimiento de los signos de los tiem pos para tener la experiencia de Dios en la historia es necesario también en la presente etapa. Así lo afirma también el Concilio: «Es propio de todo el pueblo de Dios, pero principalmente de los pas tores y de los teólogos auscultar, discernir e interpretar con la ayuda del Espíritu Santo las múltiples voces de nuestro tiempo y valorar las a la luz de la palabra divina, a fin de que la palabra revelada pueda ser percibida, mejor entendida y expresada de forma más adecuada»21. Y en un mundo en rápida transformación, con enormes con trastes y con numerosas situaciones angustiosas en amplias regiones de la tierra, el discernimiento es seguramente aún más necesario. 20 Lumen Gentium, n. 4. 21 Gaudium et Spes, n. 44.
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