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258 MODESTO BERCIANO Tampoco aquí hay que olvidar que la experiencia de Dios no es clara ni uniforme para todos. De ella se dan signos que hay que discernir. Y el que muchos, con frecuencia, no los distingan tampo­ co podría achacarse fácilmente a falta de buena voluntad. Ha habi­ do hombres como Gandhi, por citar un ejemplo de una religión no bíblica, o Martín Buber, perteneciente al judaismo, hombres de cuya buena voluntad no dudaríamos, que han vivido su experiencia de Dios, que han conocido el cristianismo, que han apreciado al Jesús histórico y que no han dado el paso hacia Él de forma explícita, reconociéndolo como Cristo. Muchos siglos antes hizo lo mismo el pueblo de Israel, en el cual habría tantos judíos sinceros que esperaban el reino de Dios, que conocieron y que sin duda apreciaron al Jesús histórico y que no llegaron a confesarlo como Cristo y Señor. San Pablo tiene a este respecto frases en la carta a los Roma­ nos que pueden hacernos pensar. Pablo es cristiano sin perder el cariño hacia su pueblo judío. Y se pregunta con cierta pena desde su fe en Cristo: «Pero ¿es que Dios ha rechazado a su pueblo?». Y responde decididamente: «No, por cierto» (Rm 11, 1). Poco más adelante vuelve a preguntarse: «¿Han tropezado de suerte que caye­ sen del todo?». Y vuelve a responder: «No ciertamente». Luego tiene unas frases que parecen desconcertantes: «Pues gracias a su trans­ gresión obtuvieron la salud de los gentiles... Y si su caída es la rique­ za del mundo, y su menoscabo la riqueza de los gentiles, ¡cuánto más lo será su plenitud!» (Rm 11, 11-12). Y no parece que todo sea una mera casualidad histórica. «El endurecimiento vino a una parte de Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones. Y entonces todo Israel será salvo, según está escrito... Por lo que toca al evan­ gelio, son enemigos por vuestro bien; mas según la elección, son amados a causa de los padres» (Rm 11, 25-26.28). Aun dentro de la experiencia del Dios de la Biblia, entre los hijos de Abraham, según la carne o según el espíritu, se dan estas contraposiciones a la hora de hacerse histórica explícitamente la experiencia de Dios. Pero lo más desconcertante es que Dios mismo endurezca a unos para salvar a otros. Para salvarlos al final a todos los que le son fieles, porque —añade Pablo— «ellos, de no perseve­ rar en la incredulidad, serán injertados, que poderoso es Dios para injertarlos de nuevo» (Rm 11, 23).

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