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EXPERIENCIA DE DIOS EN LA HISTORIA 257 por ejemplo, Elias en su oración, esperando que se realice uno de estos signos de Dios y que el pueblo lo entienda como tal: «Yavé, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa que tú eres Dios de Israel... Respóndeme, Yavé, respóndeme, para que todo este pue­ blo conozca que tú, Yavé, eres Dios». Y así lo ve el pueblo cuando exclama: «¡Yavé es Dios, Yavé es Dios!» (I Reg, 18, 36-39). El cristianismo, además de creer en la revelación, en general, tiene la creencia irrenunciable, que considera a Cristo como la reve­ lación del Padre, como el centro y fin de la historia. De ahí la con­ vicción cristiana desde el principio de que la experiencia de Dios en la historia fielmente seguida debería conducir hacia Cristo. Tampoco esta presencia de Dios en Cristo carece de signos. Pero también éstos han de ser discernidos. Cristo se lamenta en alguna ocasión de que sus contemporáneos no distingan los signos de los tiempos: «Por la tarde decís: “Buen tiempo, si el cielo está arrebolado”. Y a la mañana: “Hoy habrá tempestad...”. Sabéis discer­ nir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir los signos de los tiempos (xa 8es ar^eía twv xaiQüW) (Mt 16, 2-3). El xaiQÓg no es ni puro momento, ni sólo temporal o calcula­ ble por el calendario. Dice Cristo: «Mi tiempo (xaiQÓg) no ha llegado aún; pero vuestro tiempo está siempre pronto» (Jn 7, 6). Uno se rige por la voluntad libre del Padre; el otro, por cálculos humanos en el mero transcurso del tiempo. Se da un xaiQÓg cuando Dios entra en la historia, cuando Dios visita a su pueblo, según las palabras de Cristo a su ciudad de Jerusalén, que no ha sabido conocer el tiem­ po de su visitación (xóv xcuqóv xfjg émaxojníg) (Le 19, 44). Por este motivo el xaigóg es tiempo, situación, circunstancias oportunas. La presencia de Dios no carece de signos. Pero éstos no son claros y distintos. El xaigóg hay que buscarlo, esperarlo, reconocerlo y cogerlo cuando llega, pues, como dice Platón, el que no aprove­ cha la oportunidad, la destruye 19. Pero parece también obvio que para discernir el xaiQÓg de la visitación de Dios hace falta algo más que inteligencia. Se necesita también apertura, buena disposición y gracia. 19 P latón , Rep. II, 370 b.

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