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256 MODESTO BERCIANO ñas figuras de éstas, o como un gran fuego o resplandor, u otras cualesquier formas, y piensan que algo de aquello será semejante a Él, harto lejos van de Él»18. Un nuevo nivel de la experiencia de Dios en la historia sería la experiencia del Dios de la revelación bíblica, a la cual no podemos dejar de referirnos. También esta experiencia tiene relación con la experiencia originaria de Dios. Ya nos hemos referido a ello antes, al ver el fundamento de esta experiencia originaria en una antropo logía teológica que ve al hombre como imagen de Dios. Precisamente por esto, y recordando también la frase agusti- niana citada antes, algunos teólogos como Bultmann, Tillich, el mismo Rahner y muchos otros en la actualidad consideran al hom bre como pregunta abierta o como buscador de respuestas. Éste es el punto de partida para una teología fundamental en muchos autores actuales. El hombre es una pregunta abierta, que se dispersa y toma forma en múltiples preguntas concretas. O más bien, estas pregun tas del hombre serían ya respuestas a la experiencia originaria más profunda. A todas estas preguntas les puede dar la revelación una respuesta, que puede satisfacer plenamente al hombre que se abre a ella, ya que el hombre, por ser lo que es, está ya en sintonía cons titutiva con la respuesta de la revelación. Aquí se trata de una nueva experiencia de Dios en la historia. De una experiencia ya mucho más explícita y temática. La Biblia está llena de testimonios de esta experiencia de Dios en la palabra y en los hechos históricos. Baste pensar que es la experiencia de Dios en un hecho histórico la base de la constitución del pueblo de Israel y de su fe. Es esta experiencia lo que el pueblo celebra con toda solemnidad cada año. Esta experiencia de Dios en la his toria sigue afianzándose en Moisés, en Elias, en los profetas y, por medio de ellos, en el pueblo de Israel. Pero tampoco esta experiencia de Dios es clara y distinta, aun que una vez institucionalizada pueda parecer así. Se dan signos de la misma y éstos han de interpretarse y de creerse. Así lo expresa, 18 San Juan D e la C ruz , Subida al monte Carmelo, Libro II, cap. 12, n. 5.
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