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LAS MISIONES CAPUCHINAS EN VENEZUELA 167 acelerando el ritmo de los cambios para ir parejos con las comuni­ dades humanas a quienes sirven. A continuación enumero una serie de pistas que pueden indi­ car por dónde pueden ir los cambios. Estas conclusiones nacen de todo lo dicho hasta ahora. Se trata de una simple opinión personal. 8.1. Cada vez más , el personal misionero tiene que aceptar una función subsidiaria. «Conviene que él crezca y yo disminuya». Esto se entiende en un doble sentido: 1) en cuanto a las iniciativas planteadas; y 2) en cuanto a la forma de realizar esas iniciativas. Se trata de un proceso duro y difícil. El capuchino demostrará si es verdaderamente hermano y menor. Como hermano tendrá sufi­ ciente ilusión para aceptar riesgos, porque éstos y sólo éstos abren posibilidades al crecimiento verdadero. «Para aprender a nadar hay que arrojarse al agua». Para aprender a decidir hay que decidir. El misionero deberá apoyar iniciativas y deberá hacerlo en sintonía con los planteamientos del indígena. Como menor, sabrá aceptar errores porque su experiencia le enseñará que t o d o s nos equivoca­ mos. Después de sacrificar su «sabiduría» en aras de la ampliación del espacio de decisión del indígena, el misionero quedará a la espectativa para ayudar a «parchear» los baches que normalmente se irán presentando. 8.2. Propiciar la formación de líderes y dirigentes. Esto está en consonancia con lo anterior. Sólo si las comunidades indíge­ nas cuentan con dirigentes capacitados será posible tomar deci­ siones con garantías razonables de éxito. Esta opción implica dos cosas, principalmente: 1) Desembolso de dinero. 2) Aceptar el riesgo de que los hipotéticos dirigentes cedan a la tentación del individualismo y se desentiendan de la comunidad. En esta perspectiva aparece claro que los Centros Misionales no podrán seguir funcionando como células aisladas e inconexas. La Orden, en cuanto tal, deberá respaldar eficazmente la acción de los Centros o éstos irán cayendo en la ineficacia total. El apoyo