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162 ADRIÁN SETIÉN volandas, en dirección contraria a la que traíamos, es decir, hacia Tucupita. Timón y vela habían quedado fuera de combate; ésta, al reventarse la escota y quedar flameando como una bandera trági­ ca; aquél, al saltar de su quicio en uno de los golpes de agua. Las olas rugían a nuestro alrededor, estrellándose desespera­ das contra la popa y costados del barco, y cada una era un ariete y también clarinada de naufragio. En uno de aquellos embates de agua, que hacían caminar el bote por el aire, se nos rodó la carga; y con el cargamento se fue para aquel lado todo el bote. No faltó el negro de una uña para que diera la vuelta completa, quedando la quilla mirando al sol y sirviendo de losa a nuestra sepultura. Fue sólo cosa de segundos, ya que reaccionó enseguida para el lado contrario. Mas el peligro fue tan evidente, que todos nos miramos con la mirada de la des­ pedida; y todos, a una, gritamos, con grito irresistible del alma: “¡Virgen Santísima, sálvanos!”. Lo dijeron las hermanas, lo dijeron los marineros, lo dije yo... Jamás he rezado con más ansiedad, con más devoción y más confianza. ¿Qué de extrañar que nuestra oración penetrase el cielo?»30. 6. LOS INDÍGENAS HOY Grandes cambios se han operado en la vida de los indígenas yukpas, barí, pemones y guaraos en los años de este siglo, en que los capuchinos han prestado su servicio misionero. A despecho de muchos científicos sociales, que desearían unas comunidades indígenas sin cambios, ni novedades, ancladas en la historia como piezas de museo; los indígenas, como todo ser huma­ no, sufren la influencia del contexto de la macrosociedad en que se ubican. Otros cambios nacen del propio dinamismo de las comuni­ dades. Los indígenas, en medio de los cuales viven los capuchinos, difieren mucho de aquellos indígenas que ellos encontraron al ini- 30 Travesía por la desembocadura del Orinoco, según testimonio del P. Basilio de B arr al en su libro Mi batalla de Dios, Vigo 1972, p. 81.

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