PS_NyG_1996v043n001p0137_0170

160 ADRIÁN SETIÉN mos embelesados contemplando las cascadas de más de cien metros que caen de aquella serranía, sino que del soldado raso antes dicho, se apoderaron unas fiebres como no se recuerda en los anales de su historia. Más de una vez creí que el alma se me despegaba y se iba por aquel ventanal de la selva... Y me refi­ rieron los compañeros que, en mi delirio de las fiebres, yo les rogaba que no me enterraran, que tuvieran antes compasión de aquellos pececillos muertos de hambre y que por ello me echa­ ran al agua. Pero no fue necesario tal disparate, porque a los cinco días, que parecieron cinco siglos, quiso Dios que el enfermo mejo­ rase. Emprendimos de nuevo la marcha, haciendo de tripas cora­ zón y sacando fuerza de la debilidad en que me había dejado el señor paludismo con aquella soberana paliza de fiebres, y crujiéndome los huesos de tal modo que parecía que me iba a desarmar. Y llegamos a la Escalera, que ha de ser famosa por los siglos de los siglos para todos los que tuvimos la terrible necesidad de pasar por ella. Me sería difícil describirla, pues es un artefacto fuera de todo arte y, además, porque fue tanto el miedo que, como quien huye de la quema, apenas me detuve a mirarla; lo único que recuerdo es que eran palos amarrados con bejucos, que se cimbraban como si fueran de goma y que un abismo abría sus fauces a nuestra izquierda y espaldas»28. «Indios y criollos fueron a dormir a los ranchos, quedándo­ nos los misioneros en sendos chinchorros, junto al río, para cui­ dar la carga. A media noche pasó cerca el tigre, cuyos ronqui­ dos llenaron de miedo al P. Ceferino (monseñor Gómez Villa) quien, asustado, me despertó dos veces. Yo le dije que no había peligro, pues los perros alternaban, ladrando, con los ronquidos del tigre y, mientras hubiera perros, no corríamos el menor ries­ go. Claro que los perros ladraban más bien buscando el apoyo de sus amos, pues eran pocos, flacos y chiquitos. Seguí dur­ miendo tranquilamente, pero mi pobre compañero apenas había podido dormir y esto se comprobó al día siguiente pues, a pesar 28 Excursión por la Gran Sabana, según el testimonio del P. Eulogio de V illarrín en su libro Cuarenta años entre los pemones, Ediciones Trípode, Caracas 1992, p. 8.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz