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158 ADRIÁN SETIÉN cer en él ha costado inmensamente más: sangre, sudor y lágrimas. Ya han salido algunas dificultades de índole moral, habrá que hablar ahora de las dificultades de índole físico. Baste indicar que en los veinte primeros años del Vicariato Apostólico del Caroní murieron trece religiosos 25 a consecuencia de la mala alimentación, endemias o accidentes. De todos modos, hacer un inventario aproximado es tan utópi­ co como medir el fervor misionero de cada uno de estos obreros de la viña del Señor. Como una ventana abierta por donde otear el hori­ zonte voy a transcribir algunos testimonios tomados al azar: «... Nos pusimos a andar como desesperados, tratando de encontrar ese lugar, pues la sed nos mataba. Eran ya las ocho de la noche y ni aparecía “La Fe” ni teníamos esperanza de encon­ trarla. Extenuados de sed y de cansancio, cayéndonos a cada paso por la obscuridad de la noche y los obstáculos del camino, nos echamos en la mitad del camino y nos entregamos a las manos de nuestros Señor, para que Él remediara nuestra necesidad o dis­ pusiera de nuestras vidas. ¡Ni agua para celebrar misa! En la mañana del sábado tampoco pudimos celebrar misa por . falta absoluta de agua, y porque no podíamos mantenernos en pie por la debilidad total de nuestro organismo. A paso más que lento, con la cruz de nuestros guayares a la espalda, al fin llegamos a la tan deseada finca de “La Fe”. Allí hallamos los ranchos de sus antiguos dueños y muchos árboles frutales..., pero todos secos. ¡Ni una fruta, ni una gota de agua, ni un alma a quien pedir socorro...! El sol no había acabado de evaporar el rocío que en la noche se había depositado en las hojas de las plantas de la selva. Cada uno fue recogiendo las que tenía a su alcance y lamiendo esas gotas de las hojas para refrescar un tanto nuestras fauces resecas. Fuera engaño o realidad, lo cierto es que con esas gotas nos sen­ timos algo aliviados. 25 Venezuela Misionera, número extraordinario, nn. 130-131, noviembre-diciem­ bre 1949, pp. 235 y ss.