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152 ADRIÁN SETIÉN qué los capuchinos sí pudieron y otras Congregaciones y Órdenes religiosas, a pesar de su carisma misionero, no pudieron? Los capuchinos pudieron porque los valores evangélicos culti­ vados, como elementos esenciales de su identidad, crearon las con­ diciones de posibilidad. 4.1. Vida penitente y austera, donde el religioso se acostum­ braba a una comida escasa y sin exquisiteces; el vestido rudo, tosco y de pobrísima apariencia, cama de tablas, acostumbrado a desafiar el frío extremo y el calor; familiarizado con el esfuerzo físico; culti­ vo de una apariencia natural, sin adornos ni afeites; todo eso hizo posible que las penalidades sin cuento que el misionero tuvo que vivir en la selva fueran amortiguadas de antemano y se pudieran sentir como un simple endurecimiento de algo que ya se vivía y era costumbre. De suyo, el misionero tuvo que abandonar la mayoría de los refinamientos de la civilización a la hora de iniciar y sostener la actividad misionera. Fue una verdadera «kénosis», un verdadero retroceder en el camino del progreso para así, desde atrás, acompa­ ñar al indígena en el camino de su superación. 4.2. La minoridad, como valor siempre presente, como gene­ radora de humildad y paciencia, hizo al misionero capaz de desafiar las presiones de quienes lo querían suprimir del horizonte del indí­ gena porque estorbaba a sus planes de extorsión o manipulación. Esto presenta a veces la expresión de simple calumnia, de campa­ nas de desprestigio, de críticas seudocientíficas. Los capuchinos, sirviendo a los menores, renunciaron a la inte­ gridad de su buen nombre y se hundieron en la tierra movediza de lo no trillado, donde tomar decisiones es riesgoso pero inaplazable. Tal vez sea esta la causa del choque entre científicos sociales (antro­ pólogos, sociólogos, etc.) y misioneros. Aquéllos los acusan de des­ truir culturas indígenas, de interferir procesos, de mil desafueros... Los misioneros saben que la alternativa no es la sistemática inhibi­ ción ante la situación del indígena, el discurso aséptico y descom­ prometido. Es normal la indignación ética ante la irresponsabilidad de los gobiernos o la connivencia de intereses particulares y los poderes públicos contra el indígena, pero, hasta ahora, no se ha salvado un solo niño indígena gracias a esa indignación ética. El

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