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150 ADRIÁN SETIÉN calles, plazas, aceras, etc. Todo ello dotado de electricidad, agua potable, sanitarios, eliminación de excretas, etc. Estas comunidades sirven de referencia, a la vez que elevan el nivel de saneamiento ambiental. Esta comunidad, al beneficiarse de buenos servicios, posi­ bilitaba profundizar otros recursos: educación, sanidad, comunica­ ciones, comercio, etc. Estos pueblos misionales, en las etnias vinculadas al tronco cari­ be, han propiciado un cambio inaplazable: concentrar la población dispersa en diminutas agrupaciones que, por lo distantes, eran incompatibles con el desarrollo. 3.5. U n id a d es d e p r o d u c c ió n Los Centros Misionales siempre han funcionado al estilo capu­ chino: ricos en sueños y miserables en recursos económicos. Por esto, de acuerdo a las posibilidades del lugar, se crearon unidades de producción agropecuaria. Esto ha tenido triple finalidad: — Financiamiento. — Entrenamiento de los indígenas. — Puestos de trabajo para los habitantes del poblado. En algunos sitios, como en el Tukuko, donde las tierras y con­ diciones climáticas son óptimas para la ganadería, la explotación agropecuaria del Centro Misional facilita a los indígenas que poseen ganado la tecnología que, indígena por indígena, jamás lograrían. Por ejemplo, las vacunas, controles sanitarios, inseminación artifi­ cial, rotación de sementales y vientres, etc. La explotación agropecuaria de los Centros Misionales ha escri­ to páginas legendarias como los benedictinos en la Edad Media. Como ejemplos: el saneamiento de las tierras de Guana, el arroz del delta, la ganadería de Santa Elena. 3.6. La infraestructura sólida y confiable del Centro Misional ha estado siempre abierta a las necesidades y oportunidades de las comunidades indígenas a las que sirven. Esto le ha llevado a ejercer tareas insospechadas y hasta pintorescas. Por ejemplo, el papel del Centro Misional del Tukuko en la pacificación de los barí; la guar­ dería infantil del Tukuko para acoger niños barí expósitos; el Tuku-

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