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146 ADRIÁN SETIÉN muy poco. En otros, evidentemente, mucho más. Piénsese, por ejemplo, la defensa de la tierra usufructuada por los yukpas al norte o al sur del río Tukuko 14. 2.6. E vangelizaron Sobre todo, evangelizaron. Desde no conocer casi ningún indí­ gena a Jesucristo hasta empezar a implantar la Iglesia. Desde deter­ minadas ideologías se ha pretendido minimizar esta gesta (no reba­ jo un ápice al contenido de este vocablo aplicado a estas misiones), aduciendo supuestos logros no alcanzados, o supuestas metas no propuestas. Pero los hechos son irrefutables. 2.6.1. Jesucristo y su mensaje ha sido predicado a todos los indígenas encomendados a estas misiones. Muchos conocen y tratan asiduamente a Dios Trinidad. El misionero puede estar orgu­ lloso: sus sudores y trabajos dieron fruto espléndido, el misterio de Jesús es algo cotidiano y familiar para todos estos indígenas. Los que hemos vivido entre ellos somos testigos de experiencias de fe que nos han asombrado en más de una ocasión. 2.6.2. Los misioneros llevaron los sacramentos. Explicaron su contenido y enseñaron a valorarlos, a prepararse para recibirlos y, de hecho, con verdadera y ejemplar constancia, los han mantenido al alcance de la mano del indígena. Jesucristo, desde las distintas comunidades indígenas, ha ofrecido al Padre el Sacrificio Redentor. No es exagerado decir que los capuchinos castellanos han hecho posible que para el indígena sea más fácil recibir los sacramentos que para la mayoría de los campesinos venezolanos. Una de las actuaciones proféticas en la Iglesia venezolana es que estos indíge­ nas estén mejor atendidos pastoralmente que la misma población no indígena. Aquí se ha cumplido el sueño del Reino de Dios: los menores tienen un puesto de preferencia en el banquete de la Euca­ ristía. Eso lo consiguieron sus aliados los Hermanos Menores Capu­ chinos. 14 P. Cesáreo de A rm e lla d a , o . c ., p. 392; Venezuela Misionera , n. 573, 1994, p. 66.

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