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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI 95 Los abanderados de la «Intelligentia» —y en general la línea avanzada, europeísta y liberal del pensamiento ruso— se mofa­ ban de las ideas de Dostoyevski sobre el pueblo. El pueblo ruso —decían— es analfabeto, torpe, brutal, reaccionario. Su religiosi­ dad es pura superstición, miedo instintivo, refugio cobarde en una hipotética y fantástica vida en el más allá, resignación pasiva y animal. Por otra parte, su vida moral está sustancialmente viciada por los pecados más groseros... Dostoyevski conoce al pueblo por un contacto inmediato. Des­ cribe sus pecados con un realismo tan vivo que, con frecuencia, se convierte en crudeza. En rigor, el pueblo peca, la corrupción se multiplica de un modo alarmante, la borrachera y la crueldad entor­ pecen el ambiente, el pueblo se embrutece con los vicios más oscu­ ros. Pero ¿son acaso menos repugnantes los vicios de los «intelec­ tuales»? Los «intelectuales» cometen los mismos pecados que el pueblo. Con la agravante de añadir a los pecados del pueblo otros que el pueblo ignora, como el espíritu idolátrico de autosuficiencia, la ambi­ ción desmesurada y, sobre todo, la monstruosa rebelión contra Dios. El pueblo humilde —las pobres gentes de la calle— desconoce la intriga cortesana, la soberbia satánica, la demencia mental del super­ hombre. Peca, pero tiene conciencia de su pecado. Y esta concien­ cia de pecado le impulsa hacia Dios, el Salvador. Dostoyevski sabe que de los bajos fondos de las pasiones del pueblo brota —como la flor en la ciénaga— pura y recia la espe­ ranza en Dios, y afirma rotundamente: «Del pueblo vendrá la salvación; cuidad de la fe del pueblo, y no será esto un sueño**10. En Dios encuentra la gente sencilla «razones para vivir y razo­ nes para morir». El pueblo ruso ha vivido intensamente el drama de la miseria y de la crucifixión con un espíritu noble, leal y esperan­ zado. El pueblo ruso tiene una gran dignidad espiritual porque vive de un modo puro y espontáneo el programa evangélico de Cristo. 10 Ibid., parte II, lib. VI, cap. III.

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