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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI 91 pizca. Todo un océano, te lo digo. Entonces aun a las avecillas os pondríais a implorarles, acuciados de universal amor, cual poseídos de entusiasmo, y a rogarles que también ellas os perdo­ nasen vuestros pecados»4. «E l amor es un maestro » El amor a la naturaleza creada tiene su más alta cota en el amor al hombre, por pequeño y pecador que sea. Dostoyevski revuelve los bajos fondos del hombre y nos presenta una imagen abrumado­ ra de maldad, de vileza y de perversidad. Nos ofrece, con pincela­ das de un plasticismo impresionante, los vicios más abyectos, las pasiones más delirantes, los pecados más oscuros del instinto y de la inteligencia. Los ojos penetrantes de Dostoyevski escrutan hasta las entrañas para desenmascarar «el espíritu diabólico» que se rebela contra Dios, duda de Él y lo repudia. A pesar de todo, hay que aceptar al hombre, hay que amarlo tal como es: odioso, sórdido, a veces satánico. Enérgicamente, sin concesiones al sentimiento, por motivos de alto valor espiritual. Por­ que las razones humanas —el hombre bueno y amable por natu­ raleza— vienen desacreditadas por la experiencia de la realidad. Hay que amar al hombre porque «el amor es maestro» y abre con facilidad las puertas del corazón, cerradas a cal y canto a las fuerzas del orgullo, del poder o del desprecio. De nuevo, la sabiduría y la madurez del P. Zósima: «Ante ciertos pensamientos te quedas perplejo, sobre todo al ver los pecados de los hombres, y te preguntas: “Los cogerás por la fuerza o por el amor humilde?” Decide siempre: “por el amor humilde”. Decídelo así de una vez para siempre y a todo el mundo vencerás. La humildad amorosa... es una fuerza tremenda, la más fuerte de todas, semejante a la cual ninguna hay. Cada día y cada hora, a cada minuto, examínate y mírate bien, para que tu imagen sea decente»5. 4 Ibid. 5 Ibid.

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