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132 P. CALASANZ socialismo porque, al apostatar de Dios, traiciona al pueblo ruso. El mismo Bielinskii reconoce que «la revolución debía empezar por el ateísmo». La estrategia europeizante de los ateos se funda en la des­ trucción de la creencia en Cristo. A partir de aquí «tiraba a destruir la religión de donde procedían los principios morales de la sociedad que él atacaba. Familia, propiedad, res­ ponsabilidad moral del individuo... para todo eso tenía una nega­ ción radical-56. El ateo Bielinskii planifica la destrucción sistemática de la reli­ gión ortodoxa y de todo tipo de creencias. En su opinión, todo se debe a la incultura del pueblo, que se aferra a unas costumbres ancestrales que no resisten el embate de la crítica racional. El día en que el pueblo se descargue del fardo de supersticiones a impulsos de la ciencia y de la ilustración, la religión se derrumbará por sí misma. La raíz viciada de la religiosidad popular es la aceptación de Cristo, de su Encarnación, de su Divinidad. Se impone, por tanto, acabar cuanto antes con la figura de Cristo: «Pero quedaba también la radiante personalidad de Cristo, con la que había que luchar más. A fuer de socialista, tenía que destruir la doctrina de Cristo, calificarla de falsa y torpe filantro­ pía, ya condenada por la ciencia y por los principios económicos actuales; pero..., de todos modos..., quedaba la clara imagen del Hombre-Dios, y su inaccesibilidad moral, su admirable y milagro­ sa belleza. Pero Bielinskii, en sus continuos, inextinguibles arro­ bos, no se detenía ni aun ante ese insuperable obstáculo como Renán, que en su libro, plagado de errores, Vie de Jésus, dice que Cristo, a pesar de todo, representa el ideal de la belleza humana, un dechado inasequible que no podrá repetirse en lo futuro»57. La crítica socialista se divide al enjuiciar a Cristo. Para unos, los principios morales cristianos deben ser suplantados por los prin­ cipios éticos del socialismo: la razón, la ciencia, el progreso, la eco­ nomía, la industria, la sociología. En este sentido, 56 ‘Diario...’, art. en El Ciudadano, II. 57 Ibid.

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