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130 P. CALASANZ Este Ser que vale más que toda la Naturaleza, que es la razón última de la misma naturaleza, queda aplastado trágicamente por ella. El cuadro impresionante de Cristo Crucificado, puesto como señal de salvación, inspira una sensación vaga, turbia y desesperan­ zada de impotencia ante la naturaleza. Claro que esta sensación incómoda y aplastante se siente ali­ viada por unas reflexiones en voz baja que no descartan del cuadro la duda salvadora. Algo de sobrehumano debe haber en el cadáver de Cristo cuando, desde su mismo despojo y anonadamiento, puede reafirmar la fe en sus seguidores. Es el misterio de la Cruz. Es Cristo quien padece de un modo real, no figurado o apariencial, los supli­ cios atroces del ajusticiamiento. La naturaleza no aplastó a Cristo. Lo aplastó el pecado. Pero ¿hasta qué punto, si los creyentes esperaron que Cristo iba a resu­ citar? «Sé que la Iglesia cristiana estableció, ya desde los primeros siglos, que Cristo ha padecido no figurada sino realmente, y que su cuerpo, por tanto, estuvo sometido en la cruz, de un modo pleno y total, a la ley de la Naturaleza. En aquel cuadro vemos el cadáver de un hombre lacerado por los golpes, demacrado, hin­ chado, con unos verdugones tremendos, sanguinolentos y entu­ mecidos; los ojos abiertos; las pupilas sesgadas; los ojos, grandes, abiertos, dilatados, brillan con destellos vidriosos. Pero, cosa rara, cuando miras ese cadáver de un hombre atormentado surge una especial y curiosa,pregunta: si su cadáver así (e infaliblemente así tenía que ser) lo vieron todos sus discípulos, sus principales após­ toles futuros; lo vieron las mujeres que lo seguían y que estaban al pie de la cruz; todos los que creían en Él y lo adoraban, ¿cómo pudieron creer, a vista de tal cadáver, que aquel despojo iba a resucitar?»53. Recordemos que el personaje es «literario» —sugerencias que inspira un cuadro del Crucificado— y que «todo eso se le ocurre en medio de un delirio». Pero es una oportunidad espléndida que se le escapa al escritor para ahondar en la muerte de Cristo como mis- 53 El Idiota, p. iii, cap. VI.

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