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128 P. CALASANZ Incluso cuando desde la negación de su divinidad —«desde la otra punta», que diría el exaltado Iván Karamazov— se intenta convertir a Cristo en un ideal simplemente humano, en un salvador laico de la humanidad, aparecen rasgos que hacen sublime su retrato. Las páginas del Diario hablan de Cristo con una insistencia casi obsesiva. Todo gira en torno a Cristo, protagonista de la historia del pueblo ruso. Todo está en función de Cristo. Hay un forcejeo cons­ tante por reducir todos los contenidos humanos a la ciencia de Cris­ to. De aquí la riqueza, la amplitud, la profundidad de su cristología que abarca desde el universo —creado y amado por Cristo— hasta el hombre —redimido y purificado por Él—. El mundo ha sido creado por Dios. La naturaleza está poblada de voces, de gestos, de mensajes divinos. Ya ofrecimos una muestra dando relieve a su genuino sabor franciscano al hablar de Dios Amor. No son menos brillantes las páginas que dedica al Verbo como centro de la creación entera, a quien el universo tiende en llanto y plegaria. En una noche tibia, Zósima y un pescador, joven y hermoso, discurren sobre el bosque, la naturaleza y las cosas de Dios. Ambos quedan sobrecogidos por el misterio de tanta belleza. «Todo quedo, bellamente ora a Dios». El campesino y el monje se embriagan con el espectáculo virginal de la noche: «Noche luminosa, apacible, tibia, de julio; el río, ancho, bruma levántase de él; nos orea, levemente chapucean los peces; los pajarillos callan«49. Pero en el silencio cósmico reina un intenso dinamismo que mantiene en tensión al muchacho y al monje: «Cada brizna de hierba, cada escarabajo, cada hormiguita, cada abeja de oro, todos, hasta causar asombro, saben su camino; careciendo de inteligencia del misterio de Dios dan testimonio; continuamente lo están ellos mismos cumpliendo, y yo veo que se le engrandece el corazón al simpático mozo«*50. 49 Ibid., p. ii, lib. VI, cap. II. 50 Ibid.

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