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90 P. CALASANZ sea severo en caso necesario, pero también que sea justo». Dice el P. Zósima: «Mírale —digo— un caballo, animal grande, ya está amaestrado o a merced del que lo sustenta y le hace trabajar, cabiz­ bajo y pensativo; fíjate en su cara. ¡Qué sencillez, qué adhesión al hombre, que suele maltratarlo sin piedad; qué confianza y qué hermosura en su rostro! Hasta conmueve saber que en él no hay pecado, porque todo es perfecto, todo, quitando el hombre, es impecable, y con ellos está Cristo más que en nosotros». El dios de Munthe es el Dios, el Cristo del fraile. El amor de Munthe es pagano y burgués. El del fraile es religioso y franciscano. Platero y yo es la más bella elegía que jamás se haya escrito. Con cierta frecuencia se ponen de relieve las resonancias francisca­ nas de esta joya de nuestra literatura lírica. En rigor, la lira es fran­ ciscana, pero el «son de la canción» no alcanza el vuelo de la trans­ cendencia. El P Zósima ve el universo animal en la perspectiva de Dios: «Amad a los animales; Dios les ha dado un rudimento de inte­ ligencia y una no turbada alegría. No se la alteréis vosotros, no los mortifiquéis, no les quitéis la alegría, no os opongáis al pensa­ miento de Dios»3. ¿Cómo? El lector franciscano trasiega la plática del P. Zósima con un sobresalto. Por un momento, Zósima se transfigura en Fran­ cisco de Asís. ¿No es ésta la predicación de Francisco a las «herma­ nas aves»? ¿Dónde captó Dostoyevski la emoción, la frescura, la sen­ cillez y la fraternidad de estas frases que se parecen tanto a Las Florecillas? «Mi hermanito les pedía perdón aún a los pajarillos; parecía una sandez y, sin embargo, tenía razón, porque todo, como un océano, todo fluye y se relaciona; das un golpe aquí y en el otro extremo del mundo repercute. Será necio eso de pedirles perdón a los pajarillos, pero también los pajarillos, lo mismo que los niños y que cuantos animales te rodean, se sentirían felices si fueras tú más mirado de lo que eres ahora, aunque sólo una 3 Ibid.