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122 P. CALASANZ lectuales» de una «tosquedad real, innata, que es la verdadera antíte­ sis de la ilustración». Los denunciadores han sido denunciados y desenmascarados, dejando a flor de piel su imbecilidad y su igno­ rancia. El pueblo ruso ama a Cristo porque lo conoce. Y ¿cuáles son las fuentes de este conocimiento? «En primer lugar, habría que destacar el talante netamente religioso del pueblo, que centra su vida en Cristo. En este senti­ do, el pueblo tiene sus raíces religiosas soterradas en la misma gleba materna. La religiosidad es una herencia bendita, es un modo espontáneo y profundo de ser y de comportarse, una forma cordial de expresión de la propia existencia. Dostoyevski se enfren­ ta con valentía y audacia a los intelectuales echándoles en cara que el pueblo sencillo conoce a Cristo mejor que ellos, ya que lo conoce por un contacto íntimo de oración, de amistad y de senti­ miento. Es posible que las “formas” externas de expresión de su religiosidad parezcan huecas a la crítica liberal, que se ha margi­ nado del pueblo por un falso orgullo o por simple “snobismo”. Pero lo cierto es que la vida del pueblo se inspira en razones mucho más poderosas que la lógica o la razón endiosada. La vida del pueblo, por otra parte, concierta de un modo admirable con la mentalidad del Evangelio, ya que tiene todas las cualidades que exige Cristo en el Sermón de la Montaña. Y cuan­ do el subsuelo de la raza está sembrado del sentido de Dios, la religiosidad actúa, aunque sea de un modo subconsciente, en todas las manifestaciones de la vida». En una jerarquía de valores, el primer grado del saber es, indis­ cutiblemente, el saber religioso-cristiano. Y este saber no es, ante todo, argumentación intelectual, ni cultura europeísta, sino mentali­ dad cristiana, sentido cristiano del mundo, invencia concreta e inme­ diata de la sencillez, de la pobreza, de la humildad, de la lealtad. Y, ya en un plano cristológico, reconocimiento en verdad de la pro­ pia insuficiencia, aceptación resignada y amorosa del destino humano frente a Dios, que rige y gobierna el mundo. No es, por tanto, cues­ tión de saberes racionales, sino de actitud, de mentalidad. Todo lo que* se ha dicho y escrito sobre la «forma mentis» y la -forma vitae» adquiere aquí su expresión concreta. La configuración

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