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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI 121 «sabe cuanto debe saber, por más que no pudiese salir airoso de un examen de religión»39. El pueblo ruso tiene una visión cristiana de Dios, del mundo, de los acontecimientos. Y «en las horas mejores, las horas de Cristo, no confunde lo justo con lo injusto«. Dostoyevski ha dado con la expresión audaz y justa: «las horas de Cristo». En el reverso están las horas del diablo, las horas profanas del instinto: la brutalidad exas­ perada del sexo, los delirios de la borrachera, las pesadillas del cri­ men y del ateísmo, que reniegan de todo lo sagrado que representa el pueblo. Lo importante, dice el Diario, es «en qué cree un pueblo, dónde ve la verdad, cómo concibe esa verdad, cuál es su mayor anhelo, qué es lo que ama y qué lo que pide a Dios. Ese ideal es para nuestro pueblo... Cristo. Pero con Cristo posee también, naturalmente, la ilustración, y en el momen­ to principal, decisivo, posee, por tanto, nuestro pueblo todo lo que debe tener un pueblo, y siempre se resuelve en sentido cris­ tiano» 40. Los intelectuales, al perder la noción de Cristo, no saben res­ ponder a las cuestiones fundamentales de la vida. Han perdido el concepto del pecado, del crimen, de lo justo e injusto. Y, al negar a Dios, renuncian deliberadamente a dar un sentido a la misma vida. Dostoyevski apuesta por el pueblo que tiene conciencia clara del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, del pecado y de la gracia..., mientras que los ilustrados cometen los mismos pecados y peores, con la agravante de que no reconocen su culpabilidad. El párrafo realista de Dostoyevski sobre los pecados de los «intelectuales» es como un eco del oscuro mundo moral que conde­ na san Pablo en su Carta a los Romanos. En parte, los comete tam­ bién el pueblo, pero éste no ha endurecido su corazón porque con­ serva en toda su pureza el sentimiento de que es pecador. Con su dialéctica de fuego, Dostoyevski termina por denunciar a los «inte- 39 Ibid. 40 Ibid.

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