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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI 117 gioso, lo científico y lo sociológico, la creencia y el fanatismo. La Cristiandad no es un modo de vivir la existencia a nivel colectivo en una nación confesionalmente cristiana desde el zar hasta el últi­ mo peón de la gleba. La Cristiandad se mete en la raíz misma del pueblo ruso y afecta a la identidad misma del alma rusa. De tal modo, hasta tal punto que «un ateo no puede ser ruso. El ateo deja inmediatamente de ser ruso»35. No basta con no ser ateo. Para ser ruso hay que ser ortodoxo. ¿Cuáles son las bases de esta «teoría»? ¿Es un hecho indiscutible, un principio, un axioma o un dogma? Es un dogma, puesto que quien se resiste a admitirlo se condena a la «excomunión» del pueblo elegido. Pero no se funda en razones lógicas. Es más, habría que defenderlo incluso contra las razones de la lógica. Hasta el punto de que, entre la verdad y Cristo o la verdad sin Cristo, el pervertido Stavroguin preferiría quedarse con Cristo a ir con la verdad. La explicación de la teoría del pueblo «deífero» es igualmente confusa, mixtificada con datos bíblicos, filosóficos e históricos forza­ dos y sacados de su contexto. Los pueblos no se han organizado aún según las leyes de la ciencia y la razón. Aunque, a decir verdad, la razón y la ciencia son valores de inferior rango que no tienen capacidad para llevar a los pueblos a la meta final. La fuerza que mueve definitivamente a los pueblos es 4a bús­ queda de su dios». Toda nación poderosa debe tener su dios —pro­ pio, distinto, único— si quiere afirmar su propia personalidad. Cuan­ to más fuerte es un pueblo, más propio y exclusivo es su dios. Y esto no es rebajar a Dios a la categoría de un atributo de la nacio­ nalidad, sino elevar la nacionalidad hasta Dios. Los principios bási­ cos del bien y del mal no pueden compartirse. Naturalmente, uno se siente incómodo y desconcertado ante esta relativización del bien y del mal y, sobre todo, ante la simple 35 Ibid.

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