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116 P. CALASANZ SCHATOV Con un entusiasmo rayano en el fanatismo, expone Schatov su teoría del Dios ruso. La idea es excitante, y transfigura hasta física mente a sus profetas: arde la mirada como una brasa, arde el pen samiento enfebrecido por el ideal, se precipita locamente el cora zón contagiado por la «divina empresa». Todo es desmesurado, gigantesco y pasional en la teoría del Dios ruso. En el fondo, el padrino de esta idea, si no su verdadero inventor, es el ateo Stavro- guin. La teoría contiene los más dispares elementos, pero puede sin tetizare así: «Dios es la personalidad sintética de todo el pueblo, tomado desde el principio al fin»33. La idea va tomando cuerpo, se reviste de formas, se va engro sando hasta convertirse en caudaloso río que se desborda. Ya tene mos el Mesianismo ruso de Dostoyevski en acción. Una visión de querubines con la espada desenvainada para exilar de la Cristian dad a quienes se desmembren del pueblo ruso. Y un mundo nuevo, arrebatado de sueños epopéyicos, regido por Cristo y su pueblo fiel. En una mezcla impresionante de planos aparece siempre Cristo vencedor, con una personalidad fantástica, que aglutina y defiende el pueblo ruso en la cruzada más original que han vivido los siglos: «—¿Sabe usted qué pueblo es ahora en toda la Tierra el único pueblo deífico, destinado a renovar y salvar el mundo en nombre de un nuevo Dios y al que se le han dado únicamente las llaves de la vida y de la nueva palabra?...». «— ... La única nación deífera... es la nación rusa, y..., y..., es posible, es posible que me tenga usted por un imbécil...»34. Hay un extraño pasaje que protagonizan Stavroguin —el ateo— y su discípulo Schatov, donde se entrecruzan lo político y lo reli- 33 Demonios, p. n, cap. I. 34 Ibid.
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