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114 P. CALASANZ bido con agrado. Es un joven pacífico que lima las discusiones agrias con voz serena y comportamiento equilibrado. Es un amigo siempre disponible a recibir las confidencias más amargas. Lleva una vida espiritual intensa y armónica. Toma tan en serio a Dios que acaba en monje, bajo la sabia dirección del P. Zósima. Para Alíoscha, Dios es una realidad viviente, poderosa e indis­ pensable. Espera con tanta naturalidad el milagro, que puede supo­ ner una grave crisis espiritual si Dios no lo obra. Y esto le sucedió a Alíoscha en la muerte de su maestro: pedía, rogaba, exigía el milagro. La crisis que, en personajes del talante de Iván, radica en la suprema razón de que Dios no es «cognoscible», viene provoca­ da en Alíoscha por el hecho de que Dios no actúa como él pide, espera y exige. El milagro. ¿Por qué no hace Dios el milagro para glorificar a su maestro Zósima? Era un santo de cuerpo entero. Tenía esa mirada serena de remanso cuando las aguas son profundas y el viento ape­ nas roza su piel. Amaba con una ternura de madre a los animales, a las avecillas, a los niños. Regalaba las palabras más conmovedora­ mente fraternas a los pecadores. Era el ángel consolador de viudas y necesitados. Era un santo. ¿Por qué no obraba Dios el milagro? En este momento de decepción, casi de rabia, Raquitín remue­ ve y azuza los instintos soterrados en el espíritu del joven: *—¿De modo que tú estás ahora enojado con tu Dios, te rebe­ laste?...» 31. Alíoscha pasa por una profunda crisis espiritual. No ha dormido durante la noche, expectante, desvelado pero esperanzado. Está un poco desequilibrado psíquicamente. La duda viene por el camino del cansancio físico, de la depresión moral, del derrumbamiento espiritual. Su fe no naufraga, pero es fuertemente sacudida por el oleaje, y nota que su alma se cuartea bajo los embates de la duda. Pero como es una fe robusta, enraizada en la roca de un corazón suave y puro y fortalecida por las luchas contra la duda y la rebe­ lión interior, Alíoscha se encuentra amorosamente con Dios. 31 Ibid., p. i, lib. III, cap. VIII.

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