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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI 113 A Alíoscha le encanta que la conversación recaiga sobre las cuestiones eternas. Los contertulios, que conocen esta afición, le dan la bienvenida con alborozo y con simpatía: «¡Tú, tu tema, tu tema!». Fiodor Pavlovich, Grigorii, Smerdiakov están saboreando una copa de coñac, mientras discuten de temas religiosos: la fe, el bau­ tismo, la apostasía, el martirio. De pronto, la conversación recae sobre las chicas de Mókroye, y Alíoscha se ruboriza como un muchacho. Fiodor Pavlovich centra la cuestión hábilmente sobre el problema de Dios: «—Pero, a todo esto, di: ¿hay Dios o no lo hay? ¡Pero en serio! ¡Necesito que hables en serio ahora! —No; no hay Dios. —Hay Dios. — Iván, pero ¿inmortalidad la hay, aunque sea como sea, vamos, chiquitita, chiquitita? —No hay tampoco inmortalidad. —¿Ninguna? —Ninguna. —Es decir, el perfecto cero o la nada. ¿Es posible que haya algo?... ¡Porque, a pesar de todo, eso no es la nada! —Completamente cero. —Alíoscha, ¿hay inmortalidad? —La hay. —¿Dios e inmortalidad? —Dios e inmortalidad. En Dios existe también la inmorta­ lidad- 30. Los hombres puros como Alíoscha tienen una mirada transpa­ rente y un corazón compasivo, proyectado siempre hacia los demás. Alíoscha es consultado cuando se presentan los problemas serios de puertas adentro —no rompe nunca la armonía con su padre y con sus hermanos— y por la gente de fuera es siempre invitado y reci- 30 Los hermanos Karamazov, p. iv, lib. XI, cap. V.

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