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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI 109 Siguiendo esta línea argumental, no queda más que un paso lógico para el «endiosamiento» del hombre. Si Dios no es nada en sí más que el temor a la muerte y al más allá, quien logre sobreponer se al dolor y al miedo a la muerte se convertirá en dios, con lo cual Dios ya no existirá más. Y entonces no queda más alternativa que «comportarse como Dios», llegando a un dominio total del universo y de sí mismo por medio de la libertad personal autónoma y decisi va. El hombre valiente que llevara a sus últimas consecuencias la libertad debería suicidarse. El suicidio se presenta como la máxima afirmación de sí mismo. Para manifestar la plenitud de la libertad, en buena lógica, hay que pegarse un tiro. Sólo mediante el vencimiento del dolor y del miedo a la muer te y al más allá llega el hombre a hacerse dios. Pero la existencia del hombre, tal como está hoy conformada — con la enorme piedra amenazante sobre nuestras cabezas— exige la existencia de Dios. El ateo es el hombre que sabe que Dios no es imprescindible y que, por lo mismo, no hay razones para que exista. Es el hombre que sabe que no hay Dios ni puede haberlo. Pero, si es consecuen te, una vez que ha llegado a comprender que no hay Dios, debe matarse. La vida nueva tendrá lugar cuando el hombre, a base del ven cimiento sobre el terror y con el esfuerzo de su libre albedrío, se afirme a sí mismo en una existencia autónoma y dichosa. La historia del mundo se dividirá en dos partes: del gorila al aniquilamiento de Dios y del aniquilamiento de Dios... al cambio de la tierra y del hombre físico. Y aquí viene una de esas pinceladas profundas y dramáticas de Dostoyevski que producen sorpresa y escalofrío mental. El ateo Kirillov señala la imagen del Salvador, ante la cual ardía una lampa rilla, y exclama «con febril entusiasmo»: «Así lo ha dicho Él-25. «Él» no es otro que Cristo. 25 íbid.
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