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106 P. CALASANZ convicciones, ya que es pura y desinteresada por naturaleza. Abo rrece instintivamente el oficio. Se siente una gran pecadora, pero conserva en lo hondo de su alma una profunda fe religiosa. No odia a su padre, que se ha dado a la borrachera sumiendo a la familia en la más triste miseria. Acepta su destino con magnanimidad y con compasiva resignación, pensando que así lo ha ordenado o permiti do la divina providencia. A pesar de los crueles golpes de la vida, Sonia no reprocha nada a nadie. Carga con su culpabilidad, pero se refugia con una esperanza invencible en las manos de Dios. Por si fueran pocas sus desgracias, viene a añadirse la terrible amargura moral que le proporciona Raskolnikov. Sonia no sabe que es un asesino. La escena tiene un dramatismo angustioso por sus protagonistas, ambos culpables, ambos expulsados de la sociedad como personas «no gratas». Pero Sonia tiene un secreto: entra en el mundo de los niños — pobre e indefensa como los niños abandonados— y se siente prote gida por Dios. Es pecadora, ha convertido su cuerpo en mercancía sexual, pero sabe que Dios la ama, y le corresponde dócil y fervorosa mente. Por eso reprocha a Raskolnikov no su crimen, sino su «aparta miento de Dios». Ella medita devotamente el Evangelio y sabe que Dios ha perdonado y defendido a las prostitutas enfrentándose con sus acu sadores. Y sabe también que la desesperación es un pecado horrible, que el apartamiento de Dios convierte al hombre en esclavo del diablo. Y en este estado psicológico — vergüenza intensa por sus peca dos, sentido de culpabilidad y esperanza de rehabilitación moral— «Dios baja al infierno del crimen >, en frase definitiva del P. Raymond. Sonia lleva a Raskolnikov a la persuasión de que debe denunciarse a sí mismo para recibir el castigo purificador. Sonia se hace «correspon- sable» del crimen y de la expiación. Y cuando el dolor compartido con plenitud de entrega y de generosidad ha purificado todas las impure zas, renace la vida nueva en el amor y en la esperanza. El patetismo de la escena da más valor a su testimonio sobre Dios. Dialogan juntos el criminal y la prostituta. ¿De qué hablan? «—¿Le rezas tú mucho a Dios, Sonia? (Sonia guardaba silencio; él estaba en pie a su lado y espera ba la respuesta).
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