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104 P. CALASANZ suntuosos con una agresividad implacable y con golpes mortales de ironía y humor. Con las debidas matizaciones, la expresión «¿fue el hombre el que creó a Dios?» puede tener una interpretación ortodoxa, y en este sentido va la relectura de los versos de Antonio Machado: «Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste, y para darte el alma que me diste en mí te he de crear...»18. Iván acepta a Dios. Lo que rechaza enérgicamente es «su mundo»». Las razones del sentimiento, del corazón y de la razón brotan de sus labios con tan brutal vehemencia que impresionan. El mismo Alíoscha va a ponerse al lado de su hermano. Iván se irrita ante el sufrimiento de los inocentes. ¿Cómo puede permitir Dios, infinitamente bueno y poderoso, el sufrimiento de los inocentes? Si existe Dios y no puede poner remedio, no es Dios; si puede y con templa impasible tal injusticia, no es bueno. Los mayores deben sufrir porque han saboreado el fruto del bien y del mal. Han comido y disfrutado la manzana prohibida. Los niños, en cambio, no han hecho nada malo. No han sentido la seducción del mal. Tienen la mente limpia de pensamientos oscu ros. Tienen puro y virginal el corazón. ¿Por qué permite Dios que sientan en su carne los espasmos del dolor? El espectáculo de la injusticia y de la violencia natural contra los niños es tan degradante que Iván no quiere presenciarlo, y devuelve a Dios el «billete de entrada»*. Al fin y al cabo, nadie le pidió permiso para traerlo a este mundo. Y, de pronto, una triste y dolorosa sorpresa. Después de las rei teradas afirmaciones de Dios —existencia, atributos, bondad— Iván nos desconcierta con la negación total de Dios y de la inmortalidad en un encuentro con su padre y con su hermano Alíoscha. ¿Son dos voces contradictorias —dos personajes, dos situaciones espirituales, dos modos de ver la vida— o el propio hombre que se debate con- 18 Parábolas. V, «Profesión de fe».
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