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UNIVERSO, DIOS, CRISTO EN DOSTOYEVSKI (RELECTURA FRANCISCANA) «LOADO SEAS, MI SEÑOR» Dios es amor. La naturaleza está poblada de su presencia, de su belleza y de su aliento creador. Un aire nuevo, con frescor de rocío y brisa mañaneros, invade y esponja los sentidos corporales y el hondón del espíritu. Se ilumina con luces nuevas la razón. Se arrodilla amorosamente el sentimiento. En rigor, la impresión última —el poso, la conciencia y el recuerdo— la glosa final al «universo religioso de Dostoyevski», que diría Guardini, es una canción opti­ mista de sorpresa y de esperanza. Dios es la clave que abre y des­ cubre la totalidad de la existencia humana y la plenitud de belleza, armonía y gracia del universo. Dios es Amor que se esparce por el mundo como bondad, luz y belleza. Los espacios del amor se dilatan y se difunden, ya que el amor es esencialmente creador y difusivo y mueve «el firmamento y las otras estrellas», en frase genial de Dante. Este amor creativo engendra la belleza que en Dios es gracia, y en la naturaleza estética y armo­ nía. La naturaleza está «registrada» como propiedad de Dios que, por amor, la comparte generosamente con sus criaturas y, de un modo especial, con el hombre, intérprete y cantor de la sinfonía cósmica. Dostoyevski tiene pasajes de suprema y total belleza en los que, con inspiración y verbo franciscanos, ve la naturaleza llena de voces, de huellas, de vestigios y de resonancias divinas. Ve la Creación entera con optimismo metafísico y lo vive con sabrosa experiencia existencial: todo lo que Dios ha creado es bueno, verdadero y bello. Todo ser —hasta las criaturas humildes y sencillas— es bueno por­ que con todo su ser habla de Dios en un cántico de gloria y de ala­ banza.

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