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MARÍA EN EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO 47 llamar a María madre de un (simple) hombre, como algunos hacen (ya antes de Nestorio)? Pero la patrística no puede ser arqueología: es algo vivo que llega a nosotros. Por eso no pierde sentido llamar a María «Theotó- kos». Es mensaje de actualidad teológica, frente a un existencialismo ateo que tiene a menos la conexión materna en el afán soberbio de no ser proyectado por otro, la humildad de Dios, que ha querido tener una madre. Dios se ha puesto en la base, se hace mínimo. Una realidad creíble, porque absurda; divina, porque no es huma­ na. Dios penetra en el corazón de la materia (materü), hasta la tran- substanciación de la misma en la eucaristía. Toda la realidad exiten- cial es pura. El «nacido de mujer», tiene alcance universal. Es la promoción más excelente de la mujer (en cuestión de feminismo vamos retrasados respecto a Dios). El aspecto más denso de actuali­ dad del término «Theotókos» mira al campo de la cristología. Hoy es la divinidad de Jesús. Frente a la negación directa o a las desmitolo- gizaciones impertinentes, el pueblo cristiano dice «no», llamando a María «Theotókos» desde el momento mismo de la concepción. Hoy se han reproducido los errores condenados por los Concilios. Los dogmas —en concreto el de la maternidad divina de María— son los anticuerpos contra el virus de las herejías. El título de «Theotó­ kos» es admitido por todos los cristianos. De ahí su actualidad ecu­ ménica, como invitación a que profundicen en esa realidad los que se muestran reacios a aceptar las consecuencias. Honramos la Cruz que sostuvo a Cristo; ¿dudamos en honrar a María? Su contribución a la obra divina de salvación lleva el signo primordial de la fe. Prius con cep it co rd e qu am in corpore. Si Abraham es reconocido como causa de bendición para todo el pueblo, ¿por qué no reconocer esto a María? Ella puede convertirse en causa de unión de los cristianos (los hermanos). El tema de Georges G harib fue «La Encarnación en los iconos del Oriente cristiano». Hizo notar que, para el oriental, los iconos no son imágenes abstractas, sino concretas. La historia de los iconos ha sido dramática. Mientras el ambiente judío estaba configurado por la prohibición de representar a Dios con imágenes, el ambiente hele­ nístico ofrecía un mundo lleno de estatuas e ídolos. La comunidad cristiana opone la visibilidad hecha posible en la Encarnación. El

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