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40 BERNARDINO DE ARMELLADA no es —dijo— fruto de un pensamiento abstracto, sino constatación de una realidad única, cargada de dramaticidad por lo que lleva de acción divina y pasión humana. Cuatro sujetos se hallan implicados en el suceso: las tres Personas de la Trinidad y la persona de María. Sin ella, sin la mujer, el ingreso de Dios en nuestra historia no adqui riría el valor de Dios con nosotros. El Logos divino no se adentra en la «carne» sin aceptación. El «ecce» de María hace disponible el cuer po que el Logos reconoce preparado para él por el Padre: por eso, al entrar en este mundo, dice: sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo (Heb 10, 5). Mateo, Lucas y Juan, desde diversos encuadres, dan a conocer aspecto que confluyen en la rea lidad de Jesús: la figura de José, que da el nombre a Jesús, convir tiéndolo así en su hijo legal, representa la fidelidad del Dios de la Antigua Alianza, que envía al Mesías (Mateo). María, con su acepta ción humilde y maravillada, es la esperanza de la humanidad: tenía mos necesidad de su «sí», como expresa san Bernardo, puesto que Dios no dispuso la Encarnación como simple acto de su poder, sino que, habiendo hecho al hombre interlocutor libre en relación con su destino, contó con la humanidad a través del diálogo con María (Lucas). La expresión evangélica del Misterio aparece en el evange lio de Juan en toda su originalidad, irreductible a elementos o seme janzas humanas, se trate de fórmulas griegas, judías o de filosofía modernas. El término «sarx» (carne), que encierra al Verbo hacién dolo habitar entre nosotros, es algo que pertenece ámbito de la fe, algo que Dios solo puede hacer. Es la «carne» que en Juan (c. 6) se promete como pan para la vida del mundo, carne que se entrega en comida, indicando su carácter sacrificial. Su «habitar» entre noso tros —en la idea de «poner su tienda»— tiene un parangón en la «shekiná» del Antiguo Testamento, expresión de una especial presencia de Yahveh. Jesús es la verdadera shekiná. Por otra parte, la generación nueva del Cristo, de cuya novedad es María la garan te, está orientada a dar al hombre una nueva generación. La doble tradición textual del versículo 13 («el cual [el Verbo] no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que nació de Dios» o «los cuales... nacieron de Dios») haría ver toda la ver dad de esta nueva generación: singular en Cristo, plural en todos los miembros de la Iglesia. Y la garantía de la verdad de ambas generaciones es precisamente María. Ella es el documento personal fehaciente de la cercanía absoluta de Dios. Una alusión final a la
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