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48 BERNARDINO DE ARMELLADA pretexto espiritualista unido a otras pasiones menos nobles encien­ de la guerra iconoclasta en el siglo vm con el resultado de que la visión cristiana encuentre su punto justo. Los dos grandes defenso­ res de las imágenes, san Germán I de Constantinopla y san Juan Damasceno, mostrarán la coherencia de las representaciones sensi­ bles de lo divino y de los santos. Si en los tiempos antiguos las imá­ genes sensibles de Dios pudieron ser un peligro de idolatría, no lo son después de que Dios ha sido visto en carne humana. El Conci­ lio de Nicea II (787) dará la razón a Germán y al Damasceno, fun­ dándose en el hecho de la Encarnación. La devoción por los iconos sale reforzada. La imagen de Jesús no es sólo imagen de un cuerpo humano, sino de una hipóstasis divina, del Logos encarnado: Jesu­ cristo, que es Dios personal, no abstracto. Su icono es testimonio perenne del hecho de su encarnación. Los cristianos buscan un retrato de Cristo y de la Virgen... Piensan tenerlo en el sudario. Los artistas no deben perder los rasgos que ha trasmitido la tradición. Sobre el retrato de María, dice Epifanio (siglo ix) que es todo gracia y belleza, pues Dios la miró con complacencia. Hay dos series de documentos: un supuesto retrato hecho por san Lucas, y que se encontraba en Constantinopla; otro en los manuales de pintura: sim­ ple, vestida de color natural, e insistiendo en la semejanza de María con Cristo. María será considerada como la garantía de la verdad de la divinidad encarnada y de la representación inconográfica, porque es la Tbeotókos, la Madre de Dios. H einz-M einolf Stamm dio una visión panorámica de «El papel de María en la Encarnación según la teología medieval». La imposta­ ción fundamental la da Pedro Lombardo. Aunque no tenga una mariología sistemática, indica, sin embargo, con claridad el papel de María, partiendo de Cristo. La Encarnación significa para María una unión especial con Dios-Logos. El alma y la carne de Cristo son como un pan al que María da el fermento. Su maternidad divina pone una actitud espiritual, primero en el alma y luego corporal­ mente. Su dignidad de Madre de Dios no tiene igual; es sólo com­ parable a Dios. San Antonio de Padua dirá que María, en el momen­ to de ser Madre de Dios, adquirió todas las virtudes, siendo la creatura más perfecta de la creación. Desde el punto de vista físico, la teología medieval, en principio y como consecuencia de la idea aristotélica de la maternidad, María habría sido una Madre-pasiva,

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