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8 DOMICIANO FERNÁNDEZ hubiera formado el femenino griego de diákonos. El hecho de que aquellas dos «ministras» fueran esclavas, indica que en aquella comu nidad se había superado la diferencia de clases y se admitía el prin cipio de san Pablo de que para los bautizados en Cristo ya no hay esclavo ni libre (Gal 3, 27-28). Una fuente pagana nos confirma que a principios del siglo n algunas mujeres ejercían algún ministerio en la comunidad cristiana. Pero donde florecieron los ministerios más variados de la mujer, cuando en la Iglesia universal le fueron recortando sus funciones, fue en los grupos disidentes y en las sectas heréticas. Dos profeti sas, Maximila y Priscila, acompañaban a Montano en su predicación y rivalizaban con él en celebridad. Marcos, discípulo de Valentín, permitía a las mujeres de su secta celebrar la eucaristía 6. En el siglo m Firmiliano, obispo de Cesarea de Capadocia, escri be a Cipriano de Cartago sobre una mujer que bautizaba y celebra ba la eucaristía 1. En el mismo Apocalipsis se nos habla de una famo sa profetisa llamada Jezabel (nombre irónico o simbólico), que traía en jaque a la comunidad de Tiatira y se esforzaba en ganar adeptos para la doctrina de los nicolaítas. A juzgar por las reacciones del vidente Juan (Apc 2, 20-24) debió tener un éxito notable. Y es muy significativo el que esta iglesia se pasase más tarde al montañismo. Epifanio de Salamina (t 403), que enumera 80 herejías hasta su tiem po, habla también de los nicolaítas, que se imnspiraban en una obra atribuida a Noria, a quien tenían por esposa de Noé 8. Los naasenos pretendían igualmente haber recibido sus enseñanzas por medio de una tal Marianne, la cual las había recibido directamente de Santia go, el hermano del Señor 9. No queremos multiplicar los ejemplos, pues es bien sabido que en casi todas las sectas gnósticas las mujeres tuvieron una gran pre ponderancia y la procuraban justificar con los textos bíblicos. Es el mismo Epifanio, quien nos habla por extenso de los Quintilianos, 6 Cf. I r en eo , Advers. haer.I, 13, 2; SChr 264, 192. 7 Esta carta se encuentra entre las obras de san Cipriano, Epist. 75, 10-11; CSEL 3, 2, 816-818; en la edición de la BAC, n. 241, Madrid 1964, pp. 712-714. 8 E pifan io , Pan. haer. 26, 1; PG 41, 332-333. 9 H ipó lito , Refut. haer. 5, 7, 1; GCS 26, 78-79.
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