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SERVICIOS Y TAREAS ECLESIALES DE LA MUJER EN LA IGLESIA.. 21 bajan al agua (bautismo), deben ser ungidas con el óleo de la unción por la diaconisa las que descienden al agua. Cuando no hay una mujer, sobre todo diaconisa, conviene que el bautizante unja a la que se bauti­ za. Pero cuando se encuentre una mujer, especialmente diaconisa, las mujeres no deben ser vistas por los varones. Fuera de la imposición de manos, úngela sólo en la cabeza tal como antiguamente eran ungidos sacerdotes y reyes en Israel. Y tú, a semejanza de aquella costumbre, en la imposición de manos, unge la cabeza de los que reciben el bau­ tismo, varones o mujeres. Luego, cuando bautizas o encargas bautizar a los diáconos o presbíteros, la dia­ conisa, como ya dijimos, unja las mujeres. El varón pronuncie sobre ellas en el agua los nombres de la invocación de la Deidad. Y cuando la bautizada salga de ella, recíbala la diaconisa, y la enseñe y la instruya que es irrompible el sello bautismal en la castidad y santidad. Por eso decimos que es muy deseable y su­ mamente necesario el ministerio de la mujer diaconisa, porque también el Señor nuestro Salvador era servido por mujeres servidoras, como María Magdalena, María la madre de Santia­ go y de José y la madre de los hijos del Zebedeo. Tú, pues, necesitarás la diaconisa en otros asuntos: para visi­ tar a las mujeres fieles en aquellas casas de gentiles, donde no puedas ir; para atender a las enfermas en sus necesidades y lavar a las convalecien­ tes en los baños» (Didascalia III, 12, 208-209). sitamos de una mujer diácono. En primer lugar en el bautismo de las mujeres el diácono les unge sola­ mente la frente con el óleo santo y después de él les ungirá la diácono. Porque no es necesario que ellas sean vistas por varones. El obispo les unja solamente la cabeza en la impo­ sición de manos (x£iQO0eaía) a la manera que antiguamente eran ungi­ dos los sacerdotes y los reyes. No porque también los que ahora se bautizan sean ordenados (xeiQoxo- voüvxai), sino como cristianos de Cristo (ungidos del Ungido), “sacer­ docio real y nación santa, iglesia de Dios, columna y fundamento” del tálamo, los que en otro tiempo (fuis­ teis) no pueblo, pero ahora (sois) amados y elegidos (cf. 1 Pet 2, 9-10; 1 Tim 3, 15). Tú, oh obispo, ungirás con aquel signo la cabeza de los bautizandos, varones y mujeres, con el óleo santo como signo del bautis­ mo espiritual. Luego tú, el obispo, o el presbítero designado por tí, diciendo y pronunciando sobre ellos la sagrada invocación (8Jtbdr|oiv) del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, los bautizarás en el agua. El varón sea acogido por el diácono y la mujer por la diácono para que la entrega del sello inquebrantable se haga de una manera digna. Después de esto, el obispo unja a los bautiza­ dos con el ungüento oloroso (fiÚQco)» (CA III, 16, 209-211).

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