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LA DEVOCIÓN POPULAR A SAN ANTONIO EN TORNO... 645 pu eb lo , de ahí la devoción a san Antonio de Padua... ¡Quién no ha experimentado un favor del santo! ¿Es un milagro? No. Pero déjen­ me, como fiel cristiano, gozar de la gracia de san Antonio. El pu eb lo no en tiend e d e controversias. No qu iere s a b e r m ás qu e san Anto­ n io am a a Cristo, que era y sigue siendo amable y caritativo y dis­ pensador incansable de beneficios a los menesterosos. Y esto es lo que cautiva y arrebata»11. No solamente los liturgos, los críticos de la piedad popular y los teólogos postconciliares, menos cercanos al pueblo, han preten­ dido higienizar de «mundanidad» y fenómenos difícilmente constata- bles las devociones a los santos, a san Antonio. El escritor, novelis­ ta, periodista y poeta holandés Atte Jongstra ha publicado un relato crítico, heterodoxo y humorístico, un cuento narrado en primera persona por san Antonio, un san Antonio suspicaz e inteligente que no quiere «milagros». El título del cuento es El santo del árbol. Con­ templa al santo subido en lo alto de un almendro. «A san Francisco —dice— le en can ta sen tarse en el suelo, con el pu eb lo ; y o qu iero e lev a rm e un p o c o ..., sen cillam en te p a r a ver otra co sa qu e los dem ás. No m e gusta qu e m e recu erd en las historias qu e circu lan sobre mí; en el momento que levantas la cabeza por encima del tri­ gal, te cuelgan una etiqueta con esa palabra: «santo». Por lo visto tengo algún milagro en mi haber...». Sentado en la rama más alta del almendro ve llegar gentes, hasta un reportero de Guinness Book, que le pregunta cuánto tiem­ po lleva allí. «Haz el favor de ahorrarte las menciones —le contesta Antonio— , ya corren demasiadas historias sobre mí». «No sé el momento exacto —sigue hablando— en que vi volar el primer obje­ to en mi dirección: un manojo de llaves, una cabra, una bicicleta... Llovían objetos dispares, como un monedero, un gato, un perro, una bufanda, una carta, una maleta... ¡cosas que se pierden! En torno a mi árbol el suelo se quedó sembrado. Cosas por todas partes, hasta brazos y piernas cortados, amantes fallecidos...... «Antonio querido, devuélveme lo perdido». En torno a mi árbol había una ropavejería al aire libre. Comencé a gritar: «Señoras y 11 Tomás C ámara C a stro , San Antonio de Padua, artículo publicado en El Movimiento Católico, 13 de junio de 1893.

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