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580 JOSÉ CALASANZ GÓMEZ católica. El paisano de pueblo proclama como un honor que es «católico, apostólico y romano»». El pu eb lo es radicalm en te ortodoxo y lleva el acento de lo cris­ tiano hasta en la paradoja vistosa de sus fragilidades, de sus cobar­ días y de sus negaciones. Es piadoso, reza y frecuenta los sacramen­ tos y se declara «anticlerical»». Impugna la enseñanza privada de la Iglesia y manda sus hijos a los colegios de religiosos. Presume de agnóstico y da «¡vivas!»» al patrono del pueblo y desfila en las proce­ siones. El pu eb lo es p ro fun d am en te religioso. La religión da sentido a su vida y ocupa un sitial de honor en la jerarquía de valores. La reli­ gión es su sustancia, su intrahistoria, su definitiva opción fundamen­ tal, su raíz de inmortalidad. La religión engendra, nutre y vigoriza el sentido de comunidad. Lo escribe bellamente Unamuno, en su D ia­ rio íntimo , como reflexión filosófica: «¿Qué hace la comunidad del pueblo sino la religión? ¿Qué les une por debajo de la historia, en el curso oscuro de sus humil­ des labores cotidianas? Los intereses no son más que la liga apa­ rente de la aglomeración, el espíritu común lo da la religión. La religión hace la patria y es la patria del espíritu»2. La religiosidad popular se sirve de «expresiones particulares»» en la búsqueda de Dios y de la fe, que vienen dadas por la tradición, la cultura, la dinámica de la historia y el código genético de la raza. La religión es vida, está en contacto con la vida, está integrada en los ritmos de la vida. Es representación, escena, acción, drama. El pue­ blo usa formas expresivas que desbordan, por su intención y conte­ nido, el sistema métrico decimal y las exigencias de rigor del discur­ so teológico. El pueblo es goloso catador —con frecuencia orfebre original— de las formas plásticas, de la metáfora y su sugerencia, de la fábula didáctica con su moraleja. El pueblo es particularmente sensible al lenguaje de la imagen, de la concretez, de las figuras animadas. Cristo se llevaba a la gente de calle no sólo por lo humanísimo de su mensaje, sino por 2 Alianza Editorial, Madrid 1981, p. 21.

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