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590 JOSÉ CALASANZ GÓMEZ El «documento de trabajo» apuesta abiertamente por la religiosi dad popular, con este juicio de valor en extremo relevante y escla- recedor: «La religiosidad popular auténtica hunde sus raíces en las rea lidades de fondo de la existencia: la vida, la muerte, el amor, el sufrimiento, la alegría, el poder, el trabajo, el tiempo, etc. Y en su aspecto ético se nutre siempre de vivencias colectivas de los gran des valores humanos: la libertad, la verdad, la solidaridad, la justi cia, la dignidad personal, los derechos y deberes básicos, etc.». Esto no es una idealización en la línea del panegírico o la leyenda de oro de la religiosidad del pueblo. Lo que se nos ofrece es un cuadro realista en que se entrecruzan las luces y las sombras. En todo grupo humano existen fallos inevitables, errores del pensa miento y del corazón, limitaciones, fragilidades. El pueblo es medu larmente emocional, instintivo y apasionado y, en los movimientos masivos, sobrepasa con facilidad los límites del equilibrio, de la sere nidad y de la sensatez. El apasionamiento desemboca con frecuen cia en el exceso, en la desmesura y en la agresividad. Los obispos adoptan la única actitud razonable ante las som bras de la religiosidad popular: valor para decir la verdad al pueblo, por dolorosa que sea la verdad. Hay que mostrarle al pueblo —con bondad, pero con energía— que la verdadera imagen de la fe está deformada, es incipiente y que le falta madurez. Que la fe no es una cuestión subjetiva y que tiene sus contenidos, sus normas obje tivas y su expresión formal en la vida de comunidad. Que se quie bran las razones cuando se exponen de un modo imperfecto. Que la fe es un compromiso personal abierto a la vida, y una decisión libre y responsable de la conciencia. La fe cristiana es un hecho histórico, básico y decisivo en el catolicismo popular, que no puede ignorarse ni marginarse en la práctica de una evangelización actual al pueblo «por su multi- secular impacto» en las sucesivas formas históricas del cristianismo español. El olvido de estos hechos puede llevar a los «historiadores críticos» de nuestro país a «minusvalorar» la religiosidad del pueblo, a cerrar todos los caminos del diálogo y de una evangelización urgente y apremiante en nuestro tiempo. La carestía de sentido his tórico y el error de perspectiva psicológica convierten con frecuen-
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