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582 JOSÉ CALASANZ GÓMEZ zas verbales habría que añadir la descalificación en bloque de las prácticas religiosas. En este proceso, el pliego de cargos está lleno de tópicos y fra­ ses hechas que, con frecuencia, parecen una película de ciencia fic­ ción o fantasías surrealistas. Se habla de «desmitificar» la religiosi­ dad, de «desmitologizar» las prácticas piadosas del pueblo. Los acusadores ven mitos, mitologías, magia y otras deformaciones de ascendiente pagano en los ritos y en la liturgia del festival popular. Por lo general, los investigadores con prejuicios racionalistas se pier­ den en las excavaciones arqueológicas. Los guardianes del fielato del «purismo» y de «lo auténtico», que se dedican a inspeccionar y a requisar el contrabando de las manifestaciones periféricas de la devoción popular, hunden el pincho de su crítica agresiva en una bandada de «mariposas blancas», como el hombre del pitillo y la cara fea, de Platero y yo. Intramuros de la Iglesia, hay actitudes a la defensiva, de deli­ berada marginación o de disfrazado desprecio. Los movimientos «eli­ tistas» no quieren mezclarse con la gente llana del pueblo, por un falso complejo de superioridad. En rigor, se reserva el derecho de admisión para los privilegiados de la inteligencia y, sobre todo, del dinero y prohíben la entrada a la gente humilde —en realidad a la gente como Jesús, a la gente de Jesús— que podría manchar sus alfombras o gozar su situación social de privilegio. Estos nuevos ricos del espíritu tienen la misma catadura moral y psicológica que los nuevos ricos del dinero y el poder: no quie­ ren rebajarse a la categoría de la gente sencilla, ni recordar la humil­ dad gloriosa de sus orígenes. Son globos hinchados, de un vergon­ zoso enanismo humano y no digamos espiritual. Han condenado a muerte al pueblo, magnífico por su sensibilidad y su belleza... Estos movimientos «elitistas», desintegrados deliberadamente del pueblo, son bastardos de una gran peligrosidad: pueden contagiar con su enanismo de pigmeos y con su atrevimiento de ignorantes. En sus centros no podría entrar la Virgen más que por la puerta falsa. Hay grupos de difícil catalogación que sienten alergia crónica hacia lo popular como concepto y como estilo. Se declaran católi­ cos «de conciencia, no de rito», en una actitud expresa de desmante- lamiento de las bases mismas de la religiosidad popular, que es

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