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544 ALEJANDRO VILLALMONTE línea podemos colocar la empresa de las Cruzadas, que ocupó los mejores años y grandes energías en la época medieval. En aquella polifacética empresa la Cruz era enarbolada como bandera de com­ bate, pendón de guerra contra los infieles musulmanes. Era el dosel sagrado que, por parte cristiana, protegía e impulsaba la «guerra santa» emprendida entre «la Cruz y la Media Luna». Contemporáneamente, la piedad de los cristianos y el arte románico presentan al Crucificado como la expresión y cifra de la inmensidad y tragedia del dolor humano, asumido por Jesús y lleva­ do ante el Dios Padre. Desde esa misma época y hasta nuestros días la piedad de los creyentes y la especulación teológica más depura­ da y complicada hablan del Crucificado como monumento de expia­ ción, de satisfacción exigida por la Majestad divina ultrajada y ofre­ cida, en intensidad infinita, por el Hombre-Dios (san Anselmo). Esta vivencia e inteligencia dolorista y expiatoria/satisfactoria de la Cruz ha pervivido durante siglos como dominante. Finalmente, y cada vez con mayor pujanza y rasgos más firmes, va emergiendo la figura de Cristo crucificado como modelo ejem­ plar de vida que cada creyente debe reproducir en vistas a la reali­ zación del Reino de Dios en la historia. A la mirada rápida y super­ ficial podría interpretarse como un recurso «moralizante» con leve connotación desfavorable. No es así. Se trata de lo que en lenguaje de hoy llamamos lectura existencial, radical y honda del misterio de Cruz en el entonces de Jesús y en el ahora de nosotros. Nos esta­ mos refiriendo al ideal de «Cristo pobre y crucificado» que culmina en las obras, palabras y persona de Francisco de Asís, y que prosi­ gue en el movimiento espiritual por él iniciado. Tal como entonces se intentaba vivir este ideal, al menos en su mejores representantes, Cristo, pobre -y crucificado, se torna la fuerza y designio de Dios para la transformación, reforma/conversión tanto de cada hombre creyente como de la Comunidad entera de los fieles 9. 9 Es sabido que san Buenaventura, además de «narrar» en su Leyenda Mayor la vida de san Francisco, la teologiza bajo categoría teológica de Francisco como «ima­ gen viviente de Cristo pobre y crucificado». Teologización que llega al máximo al narrar y reflexionar el fenómeno de la estigmatización. Entre otros, puede verse el estudio de Noel M uscat , OFM, The Life of Saint Francis on the Light of Saint Bona- venture’s Theology on the «Verbum Crucifixum», Roma, Ed. Antonianum, 1989.

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