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LA IMAGEN DE CRISTO EN SAN ANTONIO DE PADUA 543 el pueblo es la «esposa» de Yahvé, elegida graciosamente en los días del desierto, cuando ella era una beduina a quien nadie miraba a la cara. Yahvé es el «esposo» tenazmente fiel, a pesar de las infidelida­ des y hasta «adulterios» que Israel comete. En el NT es Cristo el que asume la función de esposo del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. El símbolo/misterio grande de Esposo-Esposa se realiza del todo en referencia a Cristo y a su Iglesia (Ef 5, 22-32). Pero, mantenido con firmeza este simbolismo, a lo largo de la Edad Media ocurre en torno a él un doble desplazamiento: a ) las rela­ ciones esponsales se extienden desde la Iglesia/Comunidad de Dios hacia cada individuo creyente particular; b) el Esposo de la Iglesia/del alma no es ya tanto Dios, la Divinidad, cuanto Cristo, el Hombre-Dios , la sagrada Humanidad como se suele decir. Nace así la mística cristo- céntrica, la experiencia de Cristo como Esposo del alma. En la contem­ plación de Jesús y de los «misterios» de su vida entra el alma piadosa en contacto inmediato con la Divinidad, como era su anhelo radical. Esta mística esponsal-cristocéntrica impregnaba el ambiente entre los «espirituales» inmediatamente precedentes y contemporá­ neos de Antonio de Padua. Parece innecesario insistir en que esta espiritualidad y mística cristocéntrica recibía nuevo impulso y densi­ dad al aparecer Francisco de Asís y la Fraternidad de Hermanos Menores, a la que tan plenamente se incorporó fray Antonio. Por este motivo conviene tenerla a la vista al hablar del Cristo que vivió y predicó el Doctor Evangélico. Centralidad de Cristo crucificado. — Coexistiendo con las men­ cionadas y con otras visiones de Cristo obtiene progresivamente la prevalencia en la Edad Media la imagen de Cristo crucificado, la Cruz como símbolo y emblema de la religión cristiana. Nada sor­ prendente si tenemos en cuenta que san Pablo no quiso predicar de otro tema sino de Cristo, y éste crucificado (ICor 1, 23; 2, 2). Pero el paradigma de Cristo crucificado, y de la Cruz, precisa­ mente por su universalidad y omnipresencia en la cristiandad occi­ dental presenta él mismo varias formas de realizarse, según hom­ bres, grupos, generaciones. Ya hicimos alusión al hecho de que la Cruz, desde el triunfo de Constantino, se torna en lábaro/emblema de victoria en todos los campos de la actividad humana: religioso, político, cultural. Enarbolando la Cruz como bandera triunfadora, piensan los cristianos que han logrado en Imperium Mundi. En esta

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