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542 ALEJANDRO VILLALMONTE Mientras tanto, al avanzar la Edad Media, con mayor intensidad desde los siglos x i - x ii se iba destacando una nueva forma de vivir el Misterio de Cristo, una nueva imagen de Cristo: Cristo, el Monje que gobiern a el mundo, según fórmula del citado J. Pelikan 1. Se cifra en ella el ideal monástico benedictino de Cristo perfecto glorificador del Padre, tanto en el servicio litúrgico celeste como en la liturgia del monasterio, anticipo y presencia de aquella en la tierra. El monje, como acabado y paradigmático seguidor de Cristo, hace de la ala banza litúrgica la obra de Dios por excelencia: el Opus Dei, en el sentido antiguo y venerable de la palabra. Esta actitud y quehacer implicaba/presuponía la convicción de la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa, del retiro del claustro sobre el negocio mundanal. Sin embargo, incluso cuando no lo intentaban en forma inicial y programática, Cristo como ideal del monje y el monje como su imitador, se tornaron en fuerza espiritual de eficacia probada para trasformar el mundo: la Iglesia, la sociedad, el universo. Cristo no sólo es visto en su dimensión vertical que sube hacia el Padre, sino en su dirección horizontal, como Monje que quiere gobernar el mundo. Por eso, a lo largo de los siglos medievales encontramos «monjes» notablemente influyentes en la marcha de la historia: por su actividad misionera/civilizadora, científico-cultural y política. Recor demos las figuras señeras de Hildebrando o de san Bernardo 8. Cristo, centro d e la vida m ística: esposo del alm a. —El místico que aquí tenemos a la vista es el hombre que anhela, espera e inclu so piensa haber logrado ya en esta vida una comunicación directa con Dios por vía de inteligencia y de amor inmediatos. Por toque de sustancia a sustancia, como diría san Juan de la Cruz. En el AT la experiencia de la máxima proximidad del creyente con Yahvé Dios se describe bajo el simbolismo de amor conyugal: 7 J. Pelikan, o . c ., 141-155. Para el tema Cristo, Esposo del alma, ibid., pp. 157- 170. 8 Una exaltación hiperbólica del monaquismo contemplativo como la forma suprema del vivir cristiano se encuentra en J. de F iore , quien «vaticina», en sus visio nes, que la vida monacal de los contemplativos será la dominante en la última, más lograda etapa de perfección de la Iglesia peregrinante. Ideal/utopía que parece no era extraña a muchos de los Hermanos Menores que oían las Conferencias de san Buenaventura en París el año 1273.
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